Page 9 - Aquelarre
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-¿Tons?
-Creo que estaban viendo algo detrás; detrás de mí.
En mi mente pasan las imágenes, no de las fotografías, sino de
las personas como Cabeto las vio al fotografiarlas. La mujer
detenida con los dedos de los pies casi en el puente; los
adolescentes furiosos e impotentes; el hombre alejándose con
pasos rápidos y mirando una vez más sobre su hombro. El gato
escupiendo. El perro llevado por una ira ciega a un ataque que, por
alguna razón, me suena suicida. Y esta vez veo lo que Cabeto ve en
las fotos: ninguna de las miradas está posada exactamente en él.
Por reflejo, levanto la vista a un punto justo detrás de su
hombro y lo siento esconder un repunte de miedo.
-No veo nada, -le digo; -¿te leo?
Hacemos la mesa a un lado y Cabeto se sienta, con cierta
dificultad, sobre la alfombra persa, luchando un poco con sus
piernas largas antes de resignarse a dejarlas extendidas. Nos
miramos sobre las cartas que sostengo en la mano. Las veces
anteriores, mientras a otras personas les han salido vidas pasadas
y grandes revelaciones espirituales, a él le ha salido que se cuide de
los chismosos en el trabajo y que está bien de salud. Esta vez
decido hacer algo distinto.
Extiendo la mano con el mazo. Cabeto toma una carta y me la
entrega. La coloco boca abajo sobre la alfombra y la toco con la
punta del dedo. Recito mentalmente la fórmula para invitar lo
bueno y alejar lo malo. Si estás aquí y quieres hablar, pienso, éste
es el momento.
Y por primera vez en mi vida escucho una voz, físicamente,
dentro de mi cabeza.
El cielo está comenzando a clarear cuando finalmente nos
atrevemos a hacerle caso a mi voz. Los dos entramos al puente con
aprehensión: acabamos de pasar la noche discutiendo el
significado de que yo haya escuchado las palabras en vez de
percibir una imagen o emoción. ¿Qué tal si se trata de una entidad
maligna que quiere engañarnos? El odio de las personas en las
fotografías no parece una buena señal. Aunque Cabeto sostiene
-Creo que estaban viendo algo detrás; detrás de mí.
En mi mente pasan las imágenes, no de las fotografías, sino de
las personas como Cabeto las vio al fotografiarlas. La mujer
detenida con los dedos de los pies casi en el puente; los
adolescentes furiosos e impotentes; el hombre alejándose con
pasos rápidos y mirando una vez más sobre su hombro. El gato
escupiendo. El perro llevado por una ira ciega a un ataque que, por
alguna razón, me suena suicida. Y esta vez veo lo que Cabeto ve en
las fotos: ninguna de las miradas está posada exactamente en él.
Por reflejo, levanto la vista a un punto justo detrás de su
hombro y lo siento esconder un repunte de miedo.
-No veo nada, -le digo; -¿te leo?
Hacemos la mesa a un lado y Cabeto se sienta, con cierta
dificultad, sobre la alfombra persa, luchando un poco con sus
piernas largas antes de resignarse a dejarlas extendidas. Nos
miramos sobre las cartas que sostengo en la mano. Las veces
anteriores, mientras a otras personas les han salido vidas pasadas
y grandes revelaciones espirituales, a él le ha salido que se cuide de
los chismosos en el trabajo y que está bien de salud. Esta vez
decido hacer algo distinto.
Extiendo la mano con el mazo. Cabeto toma una carta y me la
entrega. La coloco boca abajo sobre la alfombra y la toco con la
punta del dedo. Recito mentalmente la fórmula para invitar lo
bueno y alejar lo malo. Si estás aquí y quieres hablar, pienso, éste
es el momento.
Y por primera vez en mi vida escucho una voz, físicamente,
dentro de mi cabeza.
El cielo está comenzando a clarear cuando finalmente nos
atrevemos a hacerle caso a mi voz. Los dos entramos al puente con
aprehensión: acabamos de pasar la noche discutiendo el
significado de que yo haya escuchado las palabras en vez de
percibir una imagen o emoción. ¿Qué tal si se trata de una entidad
maligna que quiere engañarnos? El odio de las personas en las
fotografías no parece una buena señal. Aunque Cabeto sostiene