Page 157 - Telaranas
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tareas con furioso deleite, como niños con permiso de
quemar su escuela (profesores incluidos).
Solo algunos de los cuerpos fueron elegidos y
llevados fuera del salón. Mónica, Sasha y Terry eran
las únicas que no participaban y se dedicaban a
observar. Uno de los guardaespaldas se acercó a ellas
con una chica en los brazos.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Mónica.
La chica estaba inconsciente; vestía con sudadera
y jeans, y al parecer fue uno de los pocos ejemplares
femeninos de la clientela.
Era rubia, estrepitosamente rubia.
Mónica le acarició el cabello con los dedos.
—Es hermosa... —dijo Sasha.
Tenía sangre seca en la comisura de los labios.
Dos pequeñas marcas en el cuello.
Y el sujeto que la cargaba tenía un pequeño corte.
En una de sus muñecas.
—Bien hecho —aprobó Mónica, y le indicó al
guardaespaldas que podía llevarla.
En las afueras del club, junto a su auto, Tad
contemplaba la alta montaña de fuego en la que se
había convertido el edificio, mientras una rápida
caravana de varios autos, un minibús y un camión,
todos con las luces apagadas, surgía a toda velocidad
por detrás de las llamas, levantando grandes nubes de
polvo. Tomaron el camino sin asfalto del bosque y
desaparecieron en las tinieblas de una curva donde el
camión casi vuelca, ladeándose sobre las ruedas de un
solo lado durante un segundo.
Tad los ignoró, sin apartar su mirada típica
endurecida, e ignoró también las miradas que, lo sabía
bien, le lanzaban los ocupantes de la comitiva. Incluso
cuando el último de los autos, el convertible negro de
quemar su escuela (profesores incluidos).
Solo algunos de los cuerpos fueron elegidos y
llevados fuera del salón. Mónica, Sasha y Terry eran
las únicas que no participaban y se dedicaban a
observar. Uno de los guardaespaldas se acercó a ellas
con una chica en los brazos.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Mónica.
La chica estaba inconsciente; vestía con sudadera
y jeans, y al parecer fue uno de los pocos ejemplares
femeninos de la clientela.
Era rubia, estrepitosamente rubia.
Mónica le acarició el cabello con los dedos.
—Es hermosa... —dijo Sasha.
Tenía sangre seca en la comisura de los labios.
Dos pequeñas marcas en el cuello.
Y el sujeto que la cargaba tenía un pequeño corte.
En una de sus muñecas.
—Bien hecho —aprobó Mónica, y le indicó al
guardaespaldas que podía llevarla.
En las afueras del club, junto a su auto, Tad
contemplaba la alta montaña de fuego en la que se
había convertido el edificio, mientras una rápida
caravana de varios autos, un minibús y un camión,
todos con las luces apagadas, surgía a toda velocidad
por detrás de las llamas, levantando grandes nubes de
polvo. Tomaron el camino sin asfalto del bosque y
desaparecieron en las tinieblas de una curva donde el
camión casi vuelca, ladeándose sobre las ruedas de un
solo lado durante un segundo.
Tad los ignoró, sin apartar su mirada típica
endurecida, e ignoró también las miradas que, lo sabía
bien, le lanzaban los ocupantes de la comitiva. Incluso
cuando el último de los autos, el convertible negro de