Page 69 - Telaranas
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Estaba ido frente a la ventada contemplando el
poder en miniatura cuando, con el rabo del ojo, vi
venir por el pasillo un bulto como deslizándose hacia
mí. Quedé inmóvil mientras se acercaba. Era como un
cuerpo grande, gris y silencioso, pero en ese estado
cualquier cosa podrían ver mis ojos. No tenía el valor
de volver la cara, estaba literalmente pegado a la
ventana, mi aliento nublaba el cristal y eso hacía más
difícil ver qué se aproximaba. Estaba casi inerte. Una
mano me agarro del hombro y me movió
bruscamente. Sobresaltado, grité y corrí. Y en ese
momento, una voz conocida me preguntó:
—¿Qué le pasa? ¿Lo asusté?
Recuperé el resuello y, agradecido, saludé a Sor
Almita.
Había sido un susto muy grande, y con un poco de
vergüenza le pregunté qué estaba haciendo ahí. Me
recordó que yo había quedado en llegar el día anterior
a ayudarle con la contabilidad de las hermanas, y
como no lo había hecho, venía a cobrarme el
ofrecimiento. Es cierto, yo había quedado en llegar por
la noche y darle una mano con los números de su
convento. Aún mantenía contacto con ellas desde que
estaba en la pastoral juvenil. Me dio mucha pena y me
disculpé. Para compensar, le dije que llegaría en la
noche, ya que en mi horario laboral no podía
ocuparme de cosas. Asintió con la cabeza y salió tan
silenciosamente como había llegado. Así son las
monjas, pensé para mis adentros.
La tarde transcurrió tan extraña como había sido
la mañana. Un sombrío silencio, interrumpido
solamente por los ruidos que provenían del fondo.
Apenas dieron las cuatro, salí disparado de ahí como
quien es perseguido por algo sobrenatural. Tenía un
poder en miniatura cuando, con el rabo del ojo, vi
venir por el pasillo un bulto como deslizándose hacia
mí. Quedé inmóvil mientras se acercaba. Era como un
cuerpo grande, gris y silencioso, pero en ese estado
cualquier cosa podrían ver mis ojos. No tenía el valor
de volver la cara, estaba literalmente pegado a la
ventana, mi aliento nublaba el cristal y eso hacía más
difícil ver qué se aproximaba. Estaba casi inerte. Una
mano me agarro del hombro y me movió
bruscamente. Sobresaltado, grité y corrí. Y en ese
momento, una voz conocida me preguntó:
—¿Qué le pasa? ¿Lo asusté?
Recuperé el resuello y, agradecido, saludé a Sor
Almita.
Había sido un susto muy grande, y con un poco de
vergüenza le pregunté qué estaba haciendo ahí. Me
recordó que yo había quedado en llegar el día anterior
a ayudarle con la contabilidad de las hermanas, y
como no lo había hecho, venía a cobrarme el
ofrecimiento. Es cierto, yo había quedado en llegar por
la noche y darle una mano con los números de su
convento. Aún mantenía contacto con ellas desde que
estaba en la pastoral juvenil. Me dio mucha pena y me
disculpé. Para compensar, le dije que llegaría en la
noche, ya que en mi horario laboral no podía
ocuparme de cosas. Asintió con la cabeza y salió tan
silenciosamente como había llegado. Así son las
monjas, pensé para mis adentros.
La tarde transcurrió tan extraña como había sido
la mañana. Un sombrío silencio, interrumpido
solamente por los ruidos que provenían del fondo.
Apenas dieron las cuatro, salí disparado de ahí como
quien es perseguido por algo sobrenatural. Tenía un