Page 67 - Telaranas
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empleados del área de contabilidad de la compañía.
Por un momento me pareció escuchar música clásica.
Me levanté y revisé varias veces los cubículos
desocupados, pero a través de los vidrios no podía ver
bien si alguien se ocultaba debajo de los módulos, o si
había algún radio encendido. De nuevo, al no
encontrar nada y regresar a mi escritorio dándole la
espalda a todo el lugar vacío, sentí como si millones de
microscópicos abejones recorrieran mi espinazo de
arriba abajo y volvieran a subir para salir disparados
en un tirón eléctrico por mi pelo, que para entonces
creo que ya estaba parado.
Me senté casi tieso y sin ganas de volver a ver para
algún lado. Luego empecé la terapia. Tranquilo
Roger, todo está bien, no es nada; es solo tu
imaginación. Este edificio es nuevo… no ha pasado
nada trágico aquí… no hay ningún familiar
gravemente enfermo. No es nada…
¡Santísima Trinidad! ¡¿Qué diablos fue eso?!
Al fondo del área, un golpe seco me sacó de la
terapia. Estaba seguro de que, o mi imaginación era
muy poderosa, o el sonido muy real. Lleno de valor
(¡que no se diga nada!), recorrí el pasillo de nuevo. El
cubículo de Amanda, enfrente del mío, parecía
normal. Limpio como siempre. La foto de la hija en ese
particular marco de scrapbook con maripositas que
revoleteaban por toda la moldura, no se había movido
un centímetro. ¡Qué iluso! Ahí todo iba a estar bien. El
ruido había venido del fondo, del nido de ratas que
tenía Alonso por oficina. Fijo debió dejar algo mal
puesto, pensé, por el asunto ese de la radio; tenía todo
lleno de aparatos raros de esos que hay en las
emisoras. Además, coleccionaba artículos viejos de
sonido, como consolas y no sé qué cosas más. Sí es
Por un momento me pareció escuchar música clásica.
Me levanté y revisé varias veces los cubículos
desocupados, pero a través de los vidrios no podía ver
bien si alguien se ocultaba debajo de los módulos, o si
había algún radio encendido. De nuevo, al no
encontrar nada y regresar a mi escritorio dándole la
espalda a todo el lugar vacío, sentí como si millones de
microscópicos abejones recorrieran mi espinazo de
arriba abajo y volvieran a subir para salir disparados
en un tirón eléctrico por mi pelo, que para entonces
creo que ya estaba parado.
Me senté casi tieso y sin ganas de volver a ver para
algún lado. Luego empecé la terapia. Tranquilo
Roger, todo está bien, no es nada; es solo tu
imaginación. Este edificio es nuevo… no ha pasado
nada trágico aquí… no hay ningún familiar
gravemente enfermo. No es nada…
¡Santísima Trinidad! ¡¿Qué diablos fue eso?!
Al fondo del área, un golpe seco me sacó de la
terapia. Estaba seguro de que, o mi imaginación era
muy poderosa, o el sonido muy real. Lleno de valor
(¡que no se diga nada!), recorrí el pasillo de nuevo. El
cubículo de Amanda, enfrente del mío, parecía
normal. Limpio como siempre. La foto de la hija en ese
particular marco de scrapbook con maripositas que
revoleteaban por toda la moldura, no se había movido
un centímetro. ¡Qué iluso! Ahí todo iba a estar bien. El
ruido había venido del fondo, del nido de ratas que
tenía Alonso por oficina. Fijo debió dejar algo mal
puesto, pensé, por el asunto ese de la radio; tenía todo
lleno de aparatos raros de esos que hay en las
emisoras. Además, coleccionaba artículos viejos de
sonido, como consolas y no sé qué cosas más. Sí es