Page 71 - Telaranas
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ayudaban en nada. Aún así, y sintiéndome enfermo,
me fui directo a ayudar a Sor Almita.

Cuando llegué a la Casa Provincial, eran ya
pasadas las cinco. Esa hora nunca me ha gustado, no

es ni claro ni oscuro, uno está realmente desubicado;

es como un portal entre el día y la noche. Y con lo
sucedido en la oficina, la hora me parecía aún más

lúgubre. Toqué el timbre y la novicia que me abrió la
puerta, al preguntarle por sor Almita, sugirió que

esperara un momento en la sala. En esa condición
estaba cuando por el pasillo apareció otra vez la figura

que me había helado la sangre en la oficina.

Era sor Almita, no había duda; pero esta vez la
observé levitar hacia mí con la mirada perdida y un

fuerte golpe en el lado derecho de su cabeza.
Se me acercó tanto, que el olor a flores con

incienso…el olor a monja se volvió insoportable, y
cada filamento parecía desprenderse de mi piel. Tenía

fiebre y sudaba; para ese momento no estaba seguro
de si estaba delirando o si era real… Sor Almita ladeó

su cabeza; con una mueca ligera entristecida me miró
a los ojos… y me atravesó con la culpa de una promesa

no cumplida a un espíritu en desgracia.

Un instante antes de gritar de horror, la hermana
superiora apareció al fondo del pasillo y con voz

imperiosa ordenó:
—¡Sor Almita! ¡Váyase a donde pertenece! ¡Usted

ya está muerta!
A las cinco de la tarde del día anterior, ahí mismo

frente al convento, el fatal accidente había ocurrido.
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