Page 77 - Telaranas
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La vela transcurrió con normalidad: pésames,
llantos, cafés, rezos y anécdotas. Quizás la única

diferencia entre aquella vigilia y cualquier otra,
radicaba en el hecho de que no hubo un sólo instante

en que el féretro no permaneciese vigilado, en espera

del menor signo de vida en su interior; pero la
precaución resultó tan anhelante como vana.

El día del entierro, un enjambre de impacientes
nubarrones amenazaba con descargar un aguacero

inverosímil. Se optó por adelantar la hora; sin
embargo, la medida no fue suficiente; relámpagos y

truenos acompañaron a la comitiva en su recorrido, y

la lluvia, vehemente y tenaz, no tardó en unirse al
cortejo.

Al llegar a la entrada del cementerio, un
relámpago seguido de un estruendo ensordecedor

sorprendió al séquito. El rayo cayó sobre los portones
de hierro, justo cuando los cuatro hombres que

cargaban el ataúd los atravesaban. Los hombres y la
gente a su alrededor cayeron al suelo, cegados y

aturdidos. Tras la conmoción, corrieron hacia el
féretro, alertados por los golpes y los siniestros

clamores que, por encima del estruendo de la lluvia, se

escuchaban en su interior…



—Esta muchacha ha sido víctima de un ataque de

catalepsia —concluyó el médico—. De no haber sido
por ese rayo tan oportuno, hubiese sido enterrada

viva. El choque eléctrico le devolvió movilidad a su

cuerpo y la sacó de ese estado que es tan similar a la
muerte. Rebeca ha sido muy afortunada; más de un

infeliz ha salido de la inconciencia y la insensibilidad
demasiado tarde. Está comprobado; muchas veces se
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