Page 79 - Telaranas
P. 79
Nadie sabe a ciencia cierta si fue producto de la
sugestión o el miedo, de una pérfida coincidencia o de
una inusitada mezcla de causas; lo cierto es que un 3
de octubre, precisamente cuando Rebeca contaba
cuarenta años, los inequívocos síntomas de la muerte
(rigidez muscular y ausencia de pulso y de
respiración) volvieron a apoderarse de su cuerpo. Esta
vez, aunque consternados, sus familiares no
manifestaron mayor sorpresa. A excepción de los hijos
de Rebeca y demás menores de veinte años, ya todos
habían observado aquel espectáculo en dos ocasiones.
El cuerpo de Rebeca permaneció incólume
durante tres días en su lecho, bajo la atenta mirada de
Lorenzo y de sus parientes. Muchos curiosos acudían
a observar a quien ya en dos ocasiones había emulado
a Lázaro. La tercera noche, ante la admiración de
propios y extraños, la mujer empezó a mostrar
repentinas señales de vida. Al punto, como si
despertase de un interminable sueño, se incorporó
poco a poco. Tras pedir agua y beberla con
desesperación, contó todo lo que había presenciando
en aquel nuevo sondeo del trayecto desconocido.
Volvió a relatar intimidades y anécdotas que hacía
muchos años habían sido olvidadas. Por último,
indiferente y complacida, afirmó:
—Escuché una voz lejana, una voz que decía:
“Rebeca, ésta es la última vez que vienes y vuelves; la
próxima ya no podrás regresar, ni aunque quieras”.
De nuevo se hicieron escuchar los escépticos,
asegurando que los relatos de Rebeca no eran más que
alucinaciones propias de su singular enfermedad, o
que eran el resultado de un don enigmático que ella
misma ignoraba; pero actuaban de buena fe, ya que,
según su criterio, en caso de haber emprendido el
sugestión o el miedo, de una pérfida coincidencia o de
una inusitada mezcla de causas; lo cierto es que un 3
de octubre, precisamente cuando Rebeca contaba
cuarenta años, los inequívocos síntomas de la muerte
(rigidez muscular y ausencia de pulso y de
respiración) volvieron a apoderarse de su cuerpo. Esta
vez, aunque consternados, sus familiares no
manifestaron mayor sorpresa. A excepción de los hijos
de Rebeca y demás menores de veinte años, ya todos
habían observado aquel espectáculo en dos ocasiones.
El cuerpo de Rebeca permaneció incólume
durante tres días en su lecho, bajo la atenta mirada de
Lorenzo y de sus parientes. Muchos curiosos acudían
a observar a quien ya en dos ocasiones había emulado
a Lázaro. La tercera noche, ante la admiración de
propios y extraños, la mujer empezó a mostrar
repentinas señales de vida. Al punto, como si
despertase de un interminable sueño, se incorporó
poco a poco. Tras pedir agua y beberla con
desesperación, contó todo lo que había presenciando
en aquel nuevo sondeo del trayecto desconocido.
Volvió a relatar intimidades y anécdotas que hacía
muchos años habían sido olvidadas. Por último,
indiferente y complacida, afirmó:
—Escuché una voz lejana, una voz que decía:
“Rebeca, ésta es la última vez que vienes y vuelves; la
próxima ya no podrás regresar, ni aunque quieras”.
De nuevo se hicieron escuchar los escépticos,
asegurando que los relatos de Rebeca no eran más que
alucinaciones propias de su singular enfermedad, o
que eran el resultado de un don enigmático que ella
misma ignoraba; pero actuaban de buena fe, ya que,
según su criterio, en caso de haber emprendido el