Page 84 - Telaranas
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pestañea —sí, sí, como los perros—, pero está de
espaldas y no me es posible ver desde aquí.

Allí todo está pasmosamente impecable, brillan
hasta los lapiceros, ni qué decir de los zapatos negros

que destellan junto al librero. ¿Libros de autoayuda?...

¿No está muy niña para eso?
Sobrecama blanca y pijama beige. Sin aretes, sin

anillos ni pulseras, sin piercings ni tatuajes. Pantuflas
rosadas junto a la cama. De peluche. No hay muñecas.

Una orquídea en el cuarto, pintada por ella en un
cuadro tan grande como desproporcionado para las

dimensiones del aposento. La flor está vista en

contrapicada. Se ve enorme. También es blanca como
su piel.

En el librero hay manuales para las cosas más
absurdas y guías de viaje de sitios impopulares como

Uzbekistán. Seguro los compra por kilos y los usa
para sostener la puerta —pienso. Es que son,

simplemente… demasiados. Pareciera como si se
estuviera preparando para algo. ¿Para qué querrá

aprender a colocar las teclas de un piano, o armar un
control remoto? Veo los manuales por ahí. Bueno, por

lo menos no es armar una bomba molotov, pienso.

Busco el piano (al cual le armaría las teclas), pero
no está a la vista; más bien descubro un violín; pero no

uno normal, sino eléctrico... uno sin alma. Está sucio
en las cuerdas, apenas es perceptible. Se nota que lleva

días sin usarse. También es rosado, casi como si fuera
de Mattel… desentona, aunque no por el color. Solo es

como… raro.

¡¿Qué es este cuarto tan peculiar?! Pero, más raro
todavía que este escenario, es que no sé qué estoy

haciendo yo aquí. ¿Cómo llegué al cuarto de al lado?
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