Page 95 - Telaranas
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Odié eso, era bastante obvia la situación; pero yo
estaba muy asustado como para preguntar algo más.
Esa imagen de mi hermana la tendré presente por el
resto de mi vida, así como la última que me quedó
antes de verla partir.
Cinco días después de que internaran a Estela,
mamá llegó llorando donde la abuela. Mi hermana
mayor tenía un tumor del tamaño de una uva en el
cerebro, pero lo que los doctores nunca lograron
explicar fue el lugar en que se alojaba. Coincidía
exactamente con el centro del nuevo tatuaje, y parecía
como si el tumor intentase salir por allí porque, según
escuché comentar a mamá, había algo de hinchazón
en la parte de atrás de la cabeza.
Dos días después de que la internaran, terminó el
castigo, sólo que en cuidados intensivos y con dos
nuevos tatuajes en las plantas de sus pies: dos puntos
grandes. Ella se quejaba del dolor al ponerse de pie, y
de hecho tampoco podía coger bien los cubiertos para
comer, puesto que le dolían las muñecas. Ya no
dormía porque no soportaba el dolor de cabeza y, para
terror de los doctores, las enfermeras y
principalmente mi madre, el tatuaje alrededor del
ombligo de Estela había desaparecido el domingo
justo cuando le bajó la menstruación, que, según
escuché, estaba teñida de púrpura. Era como si
estuviera pudriéndose por dentro. Los exámenes no
revelaron nada, excepto que su útero se estaba
reduciendo de tamaño.
Siete días después, un examen de sangre reveló
que Estela tenía tres semanas de gestación. A raíz de
esto, un muro de contención formado por médicos y
cortinas plásticas ocupó esa habitación del hospital.
estaba muy asustado como para preguntar algo más.
Esa imagen de mi hermana la tendré presente por el
resto de mi vida, así como la última que me quedó
antes de verla partir.
Cinco días después de que internaran a Estela,
mamá llegó llorando donde la abuela. Mi hermana
mayor tenía un tumor del tamaño de una uva en el
cerebro, pero lo que los doctores nunca lograron
explicar fue el lugar en que se alojaba. Coincidía
exactamente con el centro del nuevo tatuaje, y parecía
como si el tumor intentase salir por allí porque, según
escuché comentar a mamá, había algo de hinchazón
en la parte de atrás de la cabeza.
Dos días después de que la internaran, terminó el
castigo, sólo que en cuidados intensivos y con dos
nuevos tatuajes en las plantas de sus pies: dos puntos
grandes. Ella se quejaba del dolor al ponerse de pie, y
de hecho tampoco podía coger bien los cubiertos para
comer, puesto que le dolían las muñecas. Ya no
dormía porque no soportaba el dolor de cabeza y, para
terror de los doctores, las enfermeras y
principalmente mi madre, el tatuaje alrededor del
ombligo de Estela había desaparecido el domingo
justo cuando le bajó la menstruación, que, según
escuché, estaba teñida de púrpura. Era como si
estuviera pudriéndose por dentro. Los exámenes no
revelaron nada, excepto que su útero se estaba
reduciendo de tamaño.
Siete días después, un examen de sangre reveló
que Estela tenía tres semanas de gestación. A raíz de
esto, un muro de contención formado por médicos y
cortinas plásticas ocupó esa habitación del hospital.