Page 94 - Telaranas
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casa, como el no poder bajar al primer piso. Todos los
días, a la hora del almuerzo, mamá subía con un
platón cubierto por una manta, lo dejaba en la
habitación de huéspedes y se iba.
De tonta, mi madre ni un pelo tenía, puesto que
hizo a papá colocar tablas en las ventanas del cuarto
donde estaba mi hermana. Esa habitación parecía una
fosa común, como las que usaban para tirar a los
muertos por epidemias justo antes de quemarlos.
Ese mes fue espantoso, al menos para mí.
Comprendía la frustración de Estela al no poder salir
de la casa; pero lanzar aullidos al aire a cada rato me
obligó a despreciarla un poco. A final de cuentas,
cuando se hizo esos tatuajes tan extraños, ya sabía el
regalito que le aguardaba en la casa; tonta.
Cuando faltaba una semana para el final del
castigo, mamá bajó por las escaleras corriendo y
gritando desesperadamente, con un mechón de
cabello en la mano y el delantal manchado con un
extraño líquido púrpura. Tomó el teléfono y llamó una
ambulancia. Cuando los paramédicos llegaron, yo
estaba tan asustado por el aspecto de Estela que me
encerré en mi cuarto. Tenía la cara manchada de
púrpura, y no le quedaba ni un cabello en la cabeza.
Había aparecido un nuevo tatuaje, esta vez en la
parte posterior de su cráneo.
Esa misma tarde, mamá llegó a la casa, me sacó
de mi habitación y me llevó donde la abuela. Cuando
llegamos, habló con ella, y por su cara supuse que a mi
hermana no le estaba yendo muy bien en el hospital.
Por algún motivo preferí no preguntar cómo estaba.
Cuando mamá se fue, la abuela se sentó junto a mí y
me dijo:
—Estela está mal.
días, a la hora del almuerzo, mamá subía con un
platón cubierto por una manta, lo dejaba en la
habitación de huéspedes y se iba.
De tonta, mi madre ni un pelo tenía, puesto que
hizo a papá colocar tablas en las ventanas del cuarto
donde estaba mi hermana. Esa habitación parecía una
fosa común, como las que usaban para tirar a los
muertos por epidemias justo antes de quemarlos.
Ese mes fue espantoso, al menos para mí.
Comprendía la frustración de Estela al no poder salir
de la casa; pero lanzar aullidos al aire a cada rato me
obligó a despreciarla un poco. A final de cuentas,
cuando se hizo esos tatuajes tan extraños, ya sabía el
regalito que le aguardaba en la casa; tonta.
Cuando faltaba una semana para el final del
castigo, mamá bajó por las escaleras corriendo y
gritando desesperadamente, con un mechón de
cabello en la mano y el delantal manchado con un
extraño líquido púrpura. Tomó el teléfono y llamó una
ambulancia. Cuando los paramédicos llegaron, yo
estaba tan asustado por el aspecto de Estela que me
encerré en mi cuarto. Tenía la cara manchada de
púrpura, y no le quedaba ni un cabello en la cabeza.
Había aparecido un nuevo tatuaje, esta vez en la
parte posterior de su cráneo.
Esa misma tarde, mamá llegó a la casa, me sacó
de mi habitación y me llevó donde la abuela. Cuando
llegamos, habló con ella, y por su cara supuse que a mi
hermana no le estaba yendo muy bien en el hospital.
Por algún motivo preferí no preguntar cómo estaba.
Cuando mamá se fue, la abuela se sentó junto a mí y
me dijo:
—Estela está mal.