Page 96 - Telaranas
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Toda un bomba, una niña de trece años estaba
embarazada una semana después de tener su periodo.

El lunes siguiente, los tatuajes de las muñecas
desaparecieron. Estela empezó a vomitar algo morado

otra vez. A pesar de los análisis químicos, los doctores

no podían decir más de lo que ya había dicho mi
hermana:

—Ese líquido sabe como a alcohol, pero salado.
Esa misma noche, los tatuajes de los pies de

Estela empezaron a sangrar. Pero lo que salía de ahí
ya no era sangre; era una especie de señal hedionda y

putrefacta de que algo más estaba por suceder. Una

hora después, las marcas en sus pies habían
desaparecido.

Solamente quedaba el círculo en la parte posterior de
su cráneo, con aquella hinchazón que ya era más bien

una protuberancia. El color del tatuaje había
cambiado, y ahora despedía un olor a podredumbre,

como el de un vertedero municipal. Esa fue la última
vez que mi hermana vomitó sangre roja, como en

cierto modo se supone que debe ser. Por un momento
fue como si nunca hubiese escupido ese asqueroso

líquido putrefacto.

Mi padre no aguantó más la frustración de no
poder hacer nada por Estela. Fue a nuestra casa a

revisar la habitación de huéspedes; después de todo,
Estela había pasado allí el último mes; algo

proveniente de ese lugar debía de ser la causa de las
extrañas reacciones en su cuerpo. Al llegar al cuarto,

observó con horror como todo el piso y las paredes

estaban teñidas de púrpura. Olía a podrido.
Parecía como si la casa estuviese enfermando

también. Al revisar el baño de la habitación de
huéspedes, pudo observar que en el inodoro y en el
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