Page 31 - Puntas de Iceberg
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TULIVIEJA
Sentada, con su vaso de café en la mano, mi viejita buscaba su
mirada, que había perdido hace rato en el chagüite. Retornó de su
viaje, por un instante, para tomar el cuchillo y partir un pedazo de
pan español que embarró, de manera solemne, con mantequilla. En
la lejanía, el rojo del atardecer hacía juego con las hojas verde–
amarillas de los árboles, que tomaban ese color por recibir los
últimos rayos de sol.
—Ya casi se pone oscuro —murmuré.
—Sí —fue su lacónica respuesta. Estaba absorta, pensando en
quién sabe qué tiempo pasado. Súbitamente, la ardilla de la vecina
trepó en dos brincos hasta la mitad del palo de almendras, situado al
frente de nuestra casa. Después de un segundo de olfateo, viró
rápidamente la cabeza de un lado a otro y terminó de subir.
Luego, hubo gritos. La hija mayor parecía enfadada por la fuga de
la ardilla. Salió de su casa y se vino a dar vueltas al árbol; miraba
hacia arriba, sin encontrar forma de subir. Su hermano menor la
miraba desde la acera, con una sonrisa burlona. La muchacha lo
Sentada, con su vaso de café en la mano, mi viejita buscaba su
mirada, que había perdido hace rato en el chagüite. Retornó de su
viaje, por un instante, para tomar el cuchillo y partir un pedazo de
pan español que embarró, de manera solemne, con mantequilla. En
la lejanía, el rojo del atardecer hacía juego con las hojas verde–
amarillas de los árboles, que tomaban ese color por recibir los
últimos rayos de sol.
—Ya casi se pone oscuro —murmuré.
—Sí —fue su lacónica respuesta. Estaba absorta, pensando en
quién sabe qué tiempo pasado. Súbitamente, la ardilla de la vecina
trepó en dos brincos hasta la mitad del palo de almendras, situado al
frente de nuestra casa. Después de un segundo de olfateo, viró
rápidamente la cabeza de un lado a otro y terminó de subir.
Luego, hubo gritos. La hija mayor parecía enfadada por la fuga de
la ardilla. Salió de su casa y se vino a dar vueltas al árbol; miraba
hacia arriba, sin encontrar forma de subir. Su hermano menor la
miraba desde la acera, con una sonrisa burlona. La muchacha lo