Page 27 - Puntas de Iceberg
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ama. Esta vez será alguien más, algo más que un simple par de
piernas apretadas tras una malla negra. Su imagen en el espejo le
grita que va a cambiar. Sí lo hará. Cuando él toque a su puerta, ella
saltará de su cama y correrá a abrazarlo y decirle lo que lo ama, que
siempre lo amó, porque el amor destruye las manchas y los
tormentos. Él, es muy seguro que la abrigará en sus enjutos brazos y
le pedirá matrimonio. Y se casarán, vivirán para los demás, para sus
hijos. Inculcarán en los pequeños las bases de la moralidad que
habían heredado, pero una moralidad más tierna. Si son varoncitos,
ella les hará ser hombres de bien, como su padre y no como el
aprovechado del BMW. Y ella será llamada señora y se sentirá
orgullosa de ello. Será una mujer de valor. Hará muchas obras que
la pondrán en el recuerdo del mundo. Era definitivo, no dejaría que
la vida se le pasase sin llegar a ser alguien, alguien que valiera la pena.
Un relámpago la vuelve a la realidad, despega sus ojos de nuevo
del espejo y mira el reloj de pared. Son las ocho y cinco. Se da
cuenta al fin que ya él no vendrá. El silencio se rompe por el trueno
lejano, que llega como un susurro, y le dice con tristeza que su amor
se ha ido para siempre, que lo acepte de una vez.
Ella acepta; al fin se da cuenta. Ya no llegarán sus amigos a
invitarla a bailar. Ya no llegará aquel muchacho delgado de
anteojos, ojos verdes y pelo alborotado. El tiempo se ha ido, se
encuentra muerto en la pared, de él solo quedan los ecos de tantos
clacs, sollozando en su memoria. Mira la ventana y afuera la noche
sigue sin consuelo, sigue con su llanto repetido. Mira de nuevo el
reloj y, mientras nace otra lágrima que sale de sus apagados ojos, y
sostiene con su mano delgada el cepillo ya casi sin cerdas, retorna al
espejo…Al reflejo opaco de la decrépita anciana que peina sus largos
cabellos blancos...
piernas apretadas tras una malla negra. Su imagen en el espejo le
grita que va a cambiar. Sí lo hará. Cuando él toque a su puerta, ella
saltará de su cama y correrá a abrazarlo y decirle lo que lo ama, que
siempre lo amó, porque el amor destruye las manchas y los
tormentos. Él, es muy seguro que la abrigará en sus enjutos brazos y
le pedirá matrimonio. Y se casarán, vivirán para los demás, para sus
hijos. Inculcarán en los pequeños las bases de la moralidad que
habían heredado, pero una moralidad más tierna. Si son varoncitos,
ella les hará ser hombres de bien, como su padre y no como el
aprovechado del BMW. Y ella será llamada señora y se sentirá
orgullosa de ello. Será una mujer de valor. Hará muchas obras que
la pondrán en el recuerdo del mundo. Era definitivo, no dejaría que
la vida se le pasase sin llegar a ser alguien, alguien que valiera la pena.
Un relámpago la vuelve a la realidad, despega sus ojos de nuevo
del espejo y mira el reloj de pared. Son las ocho y cinco. Se da
cuenta al fin que ya él no vendrá. El silencio se rompe por el trueno
lejano, que llega como un susurro, y le dice con tristeza que su amor
se ha ido para siempre, que lo acepte de una vez.
Ella acepta; al fin se da cuenta. Ya no llegarán sus amigos a
invitarla a bailar. Ya no llegará aquel muchacho delgado de
anteojos, ojos verdes y pelo alborotado. El tiempo se ha ido, se
encuentra muerto en la pared, de él solo quedan los ecos de tantos
clacs, sollozando en su memoria. Mira la ventana y afuera la noche
sigue sin consuelo, sigue con su llanto repetido. Mira de nuevo el
reloj y, mientras nace otra lágrima que sale de sus apagados ojos, y
sostiene con su mano delgada el cepillo ya casi sin cerdas, retorna al
espejo…Al reflejo opaco de la decrépita anciana que peina sus largos
cabellos blancos...