Page 24 - Puntas de Iceberg
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gentes. Hoy es sábado, el primero del mes. Y ella lo recuerda más.
Ella reía con las historias que el delgado muchacho inventaba para
graficar mejor sus pensamientos. Recuerda tiempos felices de visitas
deliciosas, cuentos y charlas amenas que la hacían feliz. Pero
recuerda también el tiempo en el que él dejó de llegar a su casa. Ella
misma lo había echado una noche cuando él había intentado sacarla
del vicio en el que había caído. Lo recuerda y en sus ojos aparece una
lágrima.
Su madre, desde que ella le contó lo del aprovechado del BMW, le
había reprochado diariamente el dejar de lado su educación moral,
el jugar con fuego, el aprovecharse de los demás. Le recordaba a
menudo que se había comportado "como una cualquiera, como una
de las basuras que se venden en la inmundicia de los hombres, que
beben las babas alcohólicas de los borrachos sucios y malolientes por
sacarles el supuesto sustento de sus familias". Tales eran sus
palabras: duras porque la moral es dura —decía—. Aquella era la
moral implacable de los antepasados, que no calzaba con la realidad
de un campus, de una juventud que pedía más libertad. Una moral
que parecía no tener cabida en la modernidad que estaba viviendo,
pero era una moral que ella quería mantener a pesar de todo.
Comenzó a ver la cara de una nueva madre, una decepcionada de su
hija, una madre que se observaba vencida cuando todos los cuidados
que tuvo para criar a su hija por las sendas de la moral habían sido
en vano. ¿Tenía razón su madre? Al principio creyó que era una
exageración, pero entonces comenzaron las insinuaciones. El
maldito del BMW había contado cosas que no habían pasado. Había
creado una reputación falsa para ella, pero que todo el mundo creyó
real. Ella se sintió acosada, sucia, inmunda, tocada por la asquerosa
mano del mundo infesto, sin valor. Las risas en su espalda y las
miradas abiertamente libidinosas de sus antiguos amigos, las dudas
de los maestros que pensaban seguramente asquerosas formas de
pago por los trabajos que ella hacía por sí misma, la llevaron a sentir
una mancha en su alma, una marca hecha con el fuego con el que se
Ella reía con las historias que el delgado muchacho inventaba para
graficar mejor sus pensamientos. Recuerda tiempos felices de visitas
deliciosas, cuentos y charlas amenas que la hacían feliz. Pero
recuerda también el tiempo en el que él dejó de llegar a su casa. Ella
misma lo había echado una noche cuando él había intentado sacarla
del vicio en el que había caído. Lo recuerda y en sus ojos aparece una
lágrima.
Su madre, desde que ella le contó lo del aprovechado del BMW, le
había reprochado diariamente el dejar de lado su educación moral,
el jugar con fuego, el aprovecharse de los demás. Le recordaba a
menudo que se había comportado "como una cualquiera, como una
de las basuras que se venden en la inmundicia de los hombres, que
beben las babas alcohólicas de los borrachos sucios y malolientes por
sacarles el supuesto sustento de sus familias". Tales eran sus
palabras: duras porque la moral es dura —decía—. Aquella era la
moral implacable de los antepasados, que no calzaba con la realidad
de un campus, de una juventud que pedía más libertad. Una moral
que parecía no tener cabida en la modernidad que estaba viviendo,
pero era una moral que ella quería mantener a pesar de todo.
Comenzó a ver la cara de una nueva madre, una decepcionada de su
hija, una madre que se observaba vencida cuando todos los cuidados
que tuvo para criar a su hija por las sendas de la moral habían sido
en vano. ¿Tenía razón su madre? Al principio creyó que era una
exageración, pero entonces comenzaron las insinuaciones. El
maldito del BMW había contado cosas que no habían pasado. Había
creado una reputación falsa para ella, pero que todo el mundo creyó
real. Ella se sintió acosada, sucia, inmunda, tocada por la asquerosa
mano del mundo infesto, sin valor. Las risas en su espalda y las
miradas abiertamente libidinosas de sus antiguos amigos, las dudas
de los maestros que pensaban seguramente asquerosas formas de
pago por los trabajos que ella hacía por sí misma, la llevaron a sentir
una mancha en su alma, una marca hecha con el fuego con el que se