Page 19 - Puntas de Iceberg
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JUVENTUD



La coqueta tiene un cierto olor a nuevo; a madera recién lustrada.

De la gaveta abierta sale un cepillo de cerdas negras con puntas
blancas que denota poco uso. Ella mira el reloj de la pared: un círculo

solitario colgado en aquella planicie blanca, una cara reluciente que
marca, para quien le interese, las siete de la noche en punto.


En el espejo de la coqueta se refleja una hermosa joven que, luego
de un suspiro inconsciente, comienza a peinar su larga cabellera

oscura. El tiempo transcurre y la monótona acción descendente del
cepillo, horadando primero con cada punta blanca; y navegando,

luego, pelo abajo; tan tranquilizante, ha logrado adormecer al
pensamiento. De pronto, un presentimiento agranda las pupilas de

la joven: ¡las habituales visitas tocarían su puerta en unos segundos!

Espera, quieta, trata de escuchar, el cepillo a mitad de la travesía;
segundos quemados, sin respirar, mirando hacia ningún lado… pero

nada pasa. Nada pasa. Nada pasó. No hubo golpes en su puerta. El
“clac” del segundero se hizo evidente en el silencio.

—¡Qué raro! Son las siete en punto, ya deberían estar aquí… Raro,

raro… Nunca antes se habían retrasado...

Así había sido siempre. Todos los sábados por la noche, al

cumplirse la decimonona hora, algunos jóvenes amigos de ella

llegaban de visita. Quieren saludarla; darle un beso en la mejilla
mientras aprietan su frío codo con la mano; mientras miran sus ojos
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