Page 21 - Puntas de Iceberg
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ámbito para nada especial. Pero en ese mundo ignorable, de poca

oferta y mucha demanda, también había un él. Este él particular,

distinto, no era el más bello, era de los más tímidos, de los salidos de
lo corriente, de los catalogados como “raros” por carecer de la

“normalidad” dictada por lo común. Un él de esos que no son tan
comunes como los demás, pero que es común encontrar en los

grupos de gente común. Uno de esos seres que, por ser poco
interesantes, despiertan el interés. Este él había sido atraído

inicialmente como todos han sido atraídos: la belleza de la joven no

hacía distingo en su efecto. Pero la atracción evolucionó. Con el
tiempo, con las conversaciones y horas de estudio, con las

discusiones de gustos y tristezas, el muchacho comenzó a
ilusionarse, a descubrir una compatibilidad de sentimientos, una

sincronización de parpadeos; tal y como pasa con las almas gemelas.

Claro, las actitudes frívolas de la joven, muy frecuentes, lo

desanimaban. ¿Realmente eran gemelas sus almas? Los flirteos, la
poca profundidad de sus comentarios, sus burlas… Mil veces

comenzó a nacer la desilusión en el joven y mil veces, de algún lado,
el joven retomaba fuerzas, paliando sus desencantos al pensar que

ella era solo un mal desarrollo de la sociedad; alguien que necesitaba
obtener la cura de una persona especial, y esa persona especial era él

mismo. De pronto ella producía algo, una frase, un gesto de bondad,

un suspiro por el canto de algún pajarillo: el joven se ilusionaba de
nuevo. Luego se sumergía en sueños sobre días felices en los que ella,

al fin, descubría su verdadera naturaleza y abrazaba su verdadero
futuro junto a él.

Ella, por su parte, estaba consciente del cuerpo que la providencia

le había proporcionado; sabía que con una simple sonrisa, los

jóvenes varones le complacerían cualquier capricho. Claro está, ella
sabía que lo hacían por quedar bien con la muchacha de mejor

cuerpo, la más agraciada, la más bella de todo el campus. La
hermosura natural de su rostro era realzada por los artificios de un

maquillaje exquisito, si acaso sutil, que la convertía en una Venus
viva, real. Pero ella se cuidaba. Sabía que aprovecharse de sus dones
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