Page 25 - Puntas de Iceberg
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atrevió a jugar: su moral ancestral vilipendiada y señalada. Se sintió
infeliz y sin ganas de vivir.
Por esos días ella conoció a una muchacha que le ofreció consuelo
y se lo vendió barato. La pajilla y el polvo blanco llenaron su vida de
supuesta felicidad… La felicidad del olvido, de lo irreal; la anestesia
para el alma; el traje blanco tapando la inmundicia interna.
Un sábado primero de mes, a las ocho, el joven la encontró
desmoronada en la cama, su madre ausente. Ella pedía sollozando
un poco más de la dosis ya inefectiva. Los médicos llegaron y se la
llevaron al hospital donde pasó la noche junto a su madre en vela;
mientras afuera, las oraciones del muchacho se mezclaban con
tantas otras de familiares angustiados por sus enfermos, oraciones
que se perdían entre los quejidos que habitaban el pasillo
hospitalario y el frío mortal de las paredes inoculadas.
Cuando despertó, él entró a verla y la conversación se llenó de
porqués que sonaban a reclamos, de consejos y de historias
aleccionadoras tan abrumantes que la llevaron a gritarle que él era
un “metiche” y que no quería verlo rondando en su vida nunca más.
Él tomó su abrigo deshilachado y partió. Dejó el cuarto en penumbra,
lleno de ecos moribundos que repetían los gritos, acallándose ante el
susurro de la lluvia.
***
Una mirada rápida, de reojo, le muestra el reloj que marcaba las
ocho menos cuarto. La esperanza de volver a verlo se acrecienta
repentinamente: él aún podría llegar. Recuerda las disculpas
ofrecidas cuando se recuperó de la caída. Él las aceptó, serio, pero
ilusionado. Ella se dio cuenta que en su alma solitaria comenzaba a
nacer un sentimiento ligado al espíritu de paz que la embargaba
cuando estaba con él. Se estaba enamorando. Se olvidaba del
mundo, mientras su pecho joven y lozano se llenaba de emociones
nuevas. Miraba aquellos labios sabios articulando palabras llenas de
dulzura sin dejar de ser varoniles. Miraba aquel dedo que se
despegaba de la superficie del libro, subiendo con gracia hasta
levantar los lentes y acomodarlos en la redonda e infantil nariz... Las
infeliz y sin ganas de vivir.
Por esos días ella conoció a una muchacha que le ofreció consuelo
y se lo vendió barato. La pajilla y el polvo blanco llenaron su vida de
supuesta felicidad… La felicidad del olvido, de lo irreal; la anestesia
para el alma; el traje blanco tapando la inmundicia interna.
Un sábado primero de mes, a las ocho, el joven la encontró
desmoronada en la cama, su madre ausente. Ella pedía sollozando
un poco más de la dosis ya inefectiva. Los médicos llegaron y se la
llevaron al hospital donde pasó la noche junto a su madre en vela;
mientras afuera, las oraciones del muchacho se mezclaban con
tantas otras de familiares angustiados por sus enfermos, oraciones
que se perdían entre los quejidos que habitaban el pasillo
hospitalario y el frío mortal de las paredes inoculadas.
Cuando despertó, él entró a verla y la conversación se llenó de
porqués que sonaban a reclamos, de consejos y de historias
aleccionadoras tan abrumantes que la llevaron a gritarle que él era
un “metiche” y que no quería verlo rondando en su vida nunca más.
Él tomó su abrigo deshilachado y partió. Dejó el cuarto en penumbra,
lleno de ecos moribundos que repetían los gritos, acallándose ante el
susurro de la lluvia.
***
Una mirada rápida, de reojo, le muestra el reloj que marcaba las
ocho menos cuarto. La esperanza de volver a verlo se acrecienta
repentinamente: él aún podría llegar. Recuerda las disculpas
ofrecidas cuando se recuperó de la caída. Él las aceptó, serio, pero
ilusionado. Ella se dio cuenta que en su alma solitaria comenzaba a
nacer un sentimiento ligado al espíritu de paz que la embargaba
cuando estaba con él. Se estaba enamorando. Se olvidaba del
mundo, mientras su pecho joven y lozano se llenaba de emociones
nuevas. Miraba aquellos labios sabios articulando palabras llenas de
dulzura sin dejar de ser varoniles. Miraba aquel dedo que se
despegaba de la superficie del libro, subiendo con gracia hasta
levantar los lentes y acomodarlos en la redonda e infantil nariz... Las