Page 26 - Puntas de Iceberg
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cosas habían cambiado, definitivamente. Y ella quiso crear un nuevo
futuro… Sin embargo, las clases llegaron a su fin y el joven debía
partir. —Por un corto tiempo –dijo–.
El día de la despedida se sintió como el final de los días. La
esperanza no dejó dormir a ninguno de los dos. Durante el momento
del hasta pronto, sus rostros se acercaron. Sus corazones palpitaban
nerviosos, esperando un destello de confesión. Sus ojos temblorosos
suplicaban una insinuación del sentimiento que sabían estaba ahí,
escondido por el miedo. Los labios se atrajeron, como para declarar
en silencio... pero ella volvió la cara, instintiva, huidiza, con el
pensamiento perdido, con el pecho lleno del temor a haberse
equivocado, temor de mostrar la mancha de su alma que aún podría
brillar en sus ojos, sabiendo que la redención podía estar en la mirada
de él pero a la vez sintiendo que no la merecía, dejando que la
oportunidad muriera ahogada en el nubarrón tóxico que dejó el
autobús al partir.
Los relámpagos tocan los vidrios del balcón blanco y solo. El reloj
marca las ocho menos diez. La joven abre la coqueta de nuevo para
sacar un pañuelito de papel y enjugar una lágrima que empezaba a
correr el maquillaje. Ese maquillaje no oculta la tristeza de la espera,
del continuo pensar en su retorno. Su ojo triste simulando ser alegre
con el maquillaje le trae más recuerdos. ¡Si tan sólo hubiera dicho
que sí cuando el muchacho le propuso ir al parque! Pero no; no lo
hizo. Tampoco intentó seguir las ideas locas de arreglar el mundo
que se le ocurrían al joven y que ella celebraba. Solamente intentó
ocultar su vergüenza detrás de su maquillaje. Descubrió tarde que
ella valía más que un par de piernas bien formadas y un escote
exhibidor. Sabía que el muchacho la estimaba por alguna razón que
no era su belleza externa, algo había descubierto dentro de ella que
lo hacía pensar que ella valía la pena, aun a pesar de su reputación.
Pero ya él se había ido. La carretera humeante aún no lo devolvía.
Retornará; ella lo sabe, y por eso lo espera hoy a las ocho,
esperanzada, como todos los primeros sábados de mes. Esta vez está
dispuesta a dejar de desperdiciar su vida, le dirá de una vez que lo
futuro… Sin embargo, las clases llegaron a su fin y el joven debía
partir. —Por un corto tiempo –dijo–.
El día de la despedida se sintió como el final de los días. La
esperanza no dejó dormir a ninguno de los dos. Durante el momento
del hasta pronto, sus rostros se acercaron. Sus corazones palpitaban
nerviosos, esperando un destello de confesión. Sus ojos temblorosos
suplicaban una insinuación del sentimiento que sabían estaba ahí,
escondido por el miedo. Los labios se atrajeron, como para declarar
en silencio... pero ella volvió la cara, instintiva, huidiza, con el
pensamiento perdido, con el pecho lleno del temor a haberse
equivocado, temor de mostrar la mancha de su alma que aún podría
brillar en sus ojos, sabiendo que la redención podía estar en la mirada
de él pero a la vez sintiendo que no la merecía, dejando que la
oportunidad muriera ahogada en el nubarrón tóxico que dejó el
autobús al partir.
Los relámpagos tocan los vidrios del balcón blanco y solo. El reloj
marca las ocho menos diez. La joven abre la coqueta de nuevo para
sacar un pañuelito de papel y enjugar una lágrima que empezaba a
correr el maquillaje. Ese maquillaje no oculta la tristeza de la espera,
del continuo pensar en su retorno. Su ojo triste simulando ser alegre
con el maquillaje le trae más recuerdos. ¡Si tan sólo hubiera dicho
que sí cuando el muchacho le propuso ir al parque! Pero no; no lo
hizo. Tampoco intentó seguir las ideas locas de arreglar el mundo
que se le ocurrían al joven y que ella celebraba. Solamente intentó
ocultar su vergüenza detrás de su maquillaje. Descubrió tarde que
ella valía más que un par de piernas bien formadas y un escote
exhibidor. Sabía que el muchacho la estimaba por alguna razón que
no era su belleza externa, algo había descubierto dentro de ella que
lo hacía pensar que ella valía la pena, aun a pesar de su reputación.
Pero ya él se había ido. La carretera humeante aún no lo devolvía.
Retornará; ella lo sabe, y por eso lo espera hoy a las ocho,
esperanzada, como todos los primeros sábados de mes. Esta vez está
dispuesta a dejar de desperdiciar su vida, le dirá de una vez que lo