Page 23 - Puntas de Iceberg
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Las siete y media. “Tal vez no fueron al baile por la lluvia. Lástima,
con las ganas que tenía hoy de bailar...”—murmura su pensamiento
sin terminar de creerse su propia historia—. Su corazón lerdea su
paso; conoce el motivo que tienen los jóvenes bailarines para no
venir. El mismo motivo de todos los jóvenes antiguos amigos. Todos
menos uno, el especial. El joven… y el recuerdo se aviva, como llama,
siente un calor en su pecho a pesar del frío de la noche, que se cola
intruso por entre las grietas de la pared.
Recuerda, como ver una fotografía vieja, en su insondable
pequeñez, a aquel joven sentado en flor de loto sobre un campo de
hierba verde, hablándole mientras ella intentaba resolver integrales
insolubles utilizando el método de Romberg:
—No hay mayor belleza en el mundo que la naturaleza viva en
armonía con el ser pensante. Somos una raza especial, no por lo que
sabemos o podemos hacer, sino por la suerte que tenemos de vivir en
un mundo como este… –ella continuaba con sus iteraciones y los
eternos borrones–. Me gustaría que fuéramos a un museo natural o
un parque de vida silvestre para poder mostrarte lo que la vida
significa en este mundo. – Ella lo miró, seria. Sintió un súbito
movimiento de alma, como golpe seco, un rencor profundo que se
retorció en su pecho, una señal de alerta hacia las invitaciones de los
hombres, esas insinuaciones que se hicieron constantes después de
que aquel aprovechado hiciera pública su propia versión de la
historia. Pero luego sonrió. Le pareció ingenuo aquel chiquillo de
anteojos verdes y pelo alborotado. Sabía que era incapaz de pensar
en hacer algo prohibido. Sabía que él tenía la misma tradición moral
que sus ancestros. Sabía también que no tenía ningún estúpido
BMW.
Una gota en la ventana suena como un clac del reloj. Pero no lo es,
es una gota que golpea la ventana, nada más. Una gota que la
despierta del recuerdo y la lleva a pensar nuevamente y este
pensamiento la lleva a recordar algo más. Recuerda que aquel
muchacho solía venir los primeros sábados de cada mes, a las ocho
de la noche, a tener largas conversaciones con ella sobre la vida y las
con las ganas que tenía hoy de bailar...”—murmura su pensamiento
sin terminar de creerse su propia historia—. Su corazón lerdea su
paso; conoce el motivo que tienen los jóvenes bailarines para no
venir. El mismo motivo de todos los jóvenes antiguos amigos. Todos
menos uno, el especial. El joven… y el recuerdo se aviva, como llama,
siente un calor en su pecho a pesar del frío de la noche, que se cola
intruso por entre las grietas de la pared.
Recuerda, como ver una fotografía vieja, en su insondable
pequeñez, a aquel joven sentado en flor de loto sobre un campo de
hierba verde, hablándole mientras ella intentaba resolver integrales
insolubles utilizando el método de Romberg:
—No hay mayor belleza en el mundo que la naturaleza viva en
armonía con el ser pensante. Somos una raza especial, no por lo que
sabemos o podemos hacer, sino por la suerte que tenemos de vivir en
un mundo como este… –ella continuaba con sus iteraciones y los
eternos borrones–. Me gustaría que fuéramos a un museo natural o
un parque de vida silvestre para poder mostrarte lo que la vida
significa en este mundo. – Ella lo miró, seria. Sintió un súbito
movimiento de alma, como golpe seco, un rencor profundo que se
retorció en su pecho, una señal de alerta hacia las invitaciones de los
hombres, esas insinuaciones que se hicieron constantes después de
que aquel aprovechado hiciera pública su propia versión de la
historia. Pero luego sonrió. Le pareció ingenuo aquel chiquillo de
anteojos verdes y pelo alborotado. Sabía que era incapaz de pensar
en hacer algo prohibido. Sabía que él tenía la misma tradición moral
que sus ancestros. Sabía también que no tenía ningún estúpido
BMW.
Una gota en la ventana suena como un clac del reloj. Pero no lo es,
es una gota que golpea la ventana, nada más. Una gota que la
despierta del recuerdo y la lleva a pensar nuevamente y este
pensamiento la lleva a recordar algo más. Recuerda que aquel
muchacho solía venir los primeros sábados de cada mes, a las ocho
de la noche, a tener largas conversaciones con ella sobre la vida y las