Page 33 - Puntas de Iceberg
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niños obedientes y buenos deben saltar de donde están y salir
corriendo y decir “sí señora” o “sí señor”, cuando los llaman los
papaces.
Cuando yo era pequeña, ningún decir “voy”: no había usté
terminado de decirlo cuando ¡juás! el varejonazo que sentía en la
espalda. Y no sólo era uno, después le dejaban las canillas
chorreando sangre. Cuando a mí me llamaban, mamá no había
terminado de decir “Hortensia”, cuando yo ya estaba a la par d’ella
diciendo: “Sí, señora, pa´ qué me quería”, porque si no quién quería
ver a mamá brava. ¡Ni quiera Dios!
María’el Rosario era muy desobediente, siempre se quedaba
sentada en la mecedora o acostada en la hamaca, pero nunca iba'acer
mandados. Allá iba la mamá a hacer el mandado y lo único que le
hacía a María’el Rosario era regañarla o darle un par de nalgadas,
pero la otra se quedaba muerta’e risa, vacilando a la mamá.
Un día la señora se levantó de malas y se puso a lavar ropa.
Entonces, pasó que ocupaba un mandao y llamó a María’el Rosario.
Ella le contestó otra vez: “voy mamá”, pero ¡acaso se movió la
condenada! Entonces, como la mama vio que no se movía le dijo:
“María’el Rosario, si no va’hacerme el mandao, no la vuelvo a dejar
jugar con los otros güilas. ¿Mioyó? Y la dejo castigada
y le pego, porque le pego. Y muy duro, pa’que ya no me vacile. Pero
María’el Rosario le volvió a contestar: “Sí mami, ya voy”; y no fue.
—Idiay, María, ¿el mandado?
— ¡Qué ya voy! – Pasó otro rato y no fue.
—María, te cuento hasta tres para que me hagás ese mandao, ve que
no estoy vacilando.
—'Bueno, voy... –pero no se movió. Ya la mamá no aguantó más y
se fue al patio y no consiguió un chilillo como aquí, sino un varejón
¡asííí de grande!, y se fue con cólera a pegarle a la malcriada esa.
Cuándo María’el Rosario la vio, salió corriendo com’un cachiflín.
Ella era muy rápida y la mamá no podía alcanzala. Y mirá, cada rato
corriendo y decir “sí señora” o “sí señor”, cuando los llaman los
papaces.
Cuando yo era pequeña, ningún decir “voy”: no había usté
terminado de decirlo cuando ¡juás! el varejonazo que sentía en la
espalda. Y no sólo era uno, después le dejaban las canillas
chorreando sangre. Cuando a mí me llamaban, mamá no había
terminado de decir “Hortensia”, cuando yo ya estaba a la par d’ella
diciendo: “Sí, señora, pa´ qué me quería”, porque si no quién quería
ver a mamá brava. ¡Ni quiera Dios!
María’el Rosario era muy desobediente, siempre se quedaba
sentada en la mecedora o acostada en la hamaca, pero nunca iba'acer
mandados. Allá iba la mamá a hacer el mandado y lo único que le
hacía a María’el Rosario era regañarla o darle un par de nalgadas,
pero la otra se quedaba muerta’e risa, vacilando a la mamá.
Un día la señora se levantó de malas y se puso a lavar ropa.
Entonces, pasó que ocupaba un mandao y llamó a María’el Rosario.
Ella le contestó otra vez: “voy mamá”, pero ¡acaso se movió la
condenada! Entonces, como la mama vio que no se movía le dijo:
“María’el Rosario, si no va’hacerme el mandao, no la vuelvo a dejar
jugar con los otros güilas. ¿Mioyó? Y la dejo castigada
y le pego, porque le pego. Y muy duro, pa’que ya no me vacile. Pero
María’el Rosario le volvió a contestar: “Sí mami, ya voy”; y no fue.
—Idiay, María, ¿el mandado?
— ¡Qué ya voy! – Pasó otro rato y no fue.
—María, te cuento hasta tres para que me hagás ese mandao, ve que
no estoy vacilando.
—'Bueno, voy... –pero no se movió. Ya la mamá no aguantó más y
se fue al patio y no consiguió un chilillo como aquí, sino un varejón
¡asííí de grande!, y se fue con cólera a pegarle a la malcriada esa.
Cuándo María’el Rosario la vio, salió corriendo com’un cachiflín.
Ella era muy rápida y la mamá no podía alcanzala. Y mirá, cada rato