Page 38 - Puntas de Iceberg
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tiquizque, chayote y yuca, papas enteras con todo y cáscara, un par
de tacacos y un hueso con collares de carne. Ponía los tuquitos de
elote tierno en el centro de la mesa, junto al pichel sudoroso de fresco
de naranjas, en el que nadaban pedazos de hielo brillantes.
Ella llamó a Lucía para que comiera.
Lucía estaba en el espejo, poniéndose bonita. Estaba creciendo.
Estaba en la edad en la que el parecer bonita se convierte en una meta
de máxima importancia en la vida y en la que piensan que dicha
belleza se logra ocultando lo más posible de la cara tras el maquillaje.
—Lucía, deje de pintarse tanto y venga a comer, que la sopa se
enfría
—Ya Ita, ya voy. Espérese a que termine con el delineador
Yo no esperaba, ya tenía medio plato vacío cuando me percaté que
mi abuela comía intranquila, pendiente de la mocosa.
—Ya Mita, coma con tranquilidad, que a Lucía la llena la coquetería
—le dije.
—¡Pero es qu’esta niña no come!, se la pasa todo el día frente al
espejo y es esa vanidá lo que pasa ella comiendo. Eso la tiene toda
flaquitica, al final va’quedar como la Segua; esa que anda saliendo
ahora en San José, que dicen que salió anoche también allá por el
barrio…
Ese barrio era el Barrio El Carmen de Puntarenas y, de hecho, por
ese entonces ya había salido dos o tres veces en el periódico que la
Segua había asustado a varios taxistas en la parte de atrás del carro,
cuando ellos se volvían a cobrar.
—Mita, esa Segua porteña no sale con cara de caballo como dicen
en la leyenda. La que espanta taxistas sale con la cara hinchada y
llena de pelotas
—No importa como salga. Lo que ella hace es aparecese a los
hombres como una muchacha bonita, pero luego, los asombra con
una cara fea. A esa muchacha le pasó eso por vanidosa y malcriada,
de tacacos y un hueso con collares de carne. Ponía los tuquitos de
elote tierno en el centro de la mesa, junto al pichel sudoroso de fresco
de naranjas, en el que nadaban pedazos de hielo brillantes.
Ella llamó a Lucía para que comiera.
Lucía estaba en el espejo, poniéndose bonita. Estaba creciendo.
Estaba en la edad en la que el parecer bonita se convierte en una meta
de máxima importancia en la vida y en la que piensan que dicha
belleza se logra ocultando lo más posible de la cara tras el maquillaje.
—Lucía, deje de pintarse tanto y venga a comer, que la sopa se
enfría
—Ya Ita, ya voy. Espérese a que termine con el delineador
Yo no esperaba, ya tenía medio plato vacío cuando me percaté que
mi abuela comía intranquila, pendiente de la mocosa.
—Ya Mita, coma con tranquilidad, que a Lucía la llena la coquetería
—le dije.
—¡Pero es qu’esta niña no come!, se la pasa todo el día frente al
espejo y es esa vanidá lo que pasa ella comiendo. Eso la tiene toda
flaquitica, al final va’quedar como la Segua; esa que anda saliendo
ahora en San José, que dicen que salió anoche también allá por el
barrio…
Ese barrio era el Barrio El Carmen de Puntarenas y, de hecho, por
ese entonces ya había salido dos o tres veces en el periódico que la
Segua había asustado a varios taxistas en la parte de atrás del carro,
cuando ellos se volvían a cobrar.
—Mita, esa Segua porteña no sale con cara de caballo como dicen
en la leyenda. La que espanta taxistas sale con la cara hinchada y
llena de pelotas
—No importa como salga. Lo que ella hace es aparecese a los
hombres como una muchacha bonita, pero luego, los asombra con
una cara fea. A esa muchacha le pasó eso por vanidosa y malcriada,