Page 37 - Puntas de Iceberg
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LA SEGUA
Era un domingo de esos de calor, cuando solo mirar a la calle hacía
doler los ojos y comenzar a sudar. El vapor substancioso de una
sabrosa olla de carne comenzaba a desplazar el aire con olor a
quemado que venía de la calle, con el augurio de un almuerzo de
barriga a reventar. Era claro que después de la comilona, habría una
siestecita debajo el palo de mango, sentado en la mecedora; ahí
donde pega el viento refrescado en el patio por la sombra de los
frutales. ¡Era llegar al cielo!
Mi querida abuela, para quien siempre he sido un bebé a quien
mimar, comenzó a majar la verdura con un tenedor, formando un
puré de papa, tiquizque y yuca, muy mojado en sopa; tal como lo
comía yo en los tiempos cuando mi fantasía existía feliz en la
infantilidad de los juegos. A ese puré ella le llama angú, o algo por el
estilo. Servíase ella el platón hondo de sopa, con trozos de ñampí,
Era un domingo de esos de calor, cuando solo mirar a la calle hacía
doler los ojos y comenzar a sudar. El vapor substancioso de una
sabrosa olla de carne comenzaba a desplazar el aire con olor a
quemado que venía de la calle, con el augurio de un almuerzo de
barriga a reventar. Era claro que después de la comilona, habría una
siestecita debajo el palo de mango, sentado en la mecedora; ahí
donde pega el viento refrescado en el patio por la sombra de los
frutales. ¡Era llegar al cielo!
Mi querida abuela, para quien siempre he sido un bebé a quien
mimar, comenzó a majar la verdura con un tenedor, formando un
puré de papa, tiquizque y yuca, muy mojado en sopa; tal como lo
comía yo en los tiempos cuando mi fantasía existía feliz en la
infantilidad de los juegos. A ese puré ella le llama angú, o algo por el
estilo. Servíase ella el platón hondo de sopa, con trozos de ñampí,