Page 10 - Telaranas
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las mentiras de Vincenzo, comenzaron a molestarme
y a vapulearme, hasta que intervino el profesor de

Educación Física. Medio aclaré las cosas en la
dirección del colegio y no hubo mayor consecuencia

que mi prestigio viril puesto en duda por maestros y

compañeros, y una vigilancia aquilina de parte de las
autoridades.

¡Ah, maldito Vincenzo! ¡Cuánto daño me hiciste!
Viví seis años en Inglaterra, donde estudié

Historia del Arte. Me especialicé en pintura victoriana
y en especial en los prerrafaelitas, fascinado con sus

mujeres de macizas y rojas cabelleras. Después vine a

vivir al Distrito Federal y me instalé en Coyoacán, en
una casa con azotea desde donde contemplo el Ajusco,

siempre más allá de las antenas y los tinacos del
paisaje chilango. Aquí conocí a Mariana, que llegaría

a ser una buena amiga. Coincidimos en el parque de la
Conchita, pues ambos vivíamos cerca. Los dos íbamos

a leer o, en su caso, a veces también a pasear a sus dos
perritos. Ella tenía una casa grande y yo rentaba un

apartamento más bien pequeño, pero con una
hermosa vista al parque.

Marina se casó con un gringo y a los dos años tuvo

su primer parto, una hermosa hija… pelirroja. Lo
cierto es que nunca me han gustado los recién nacidos,

que nadie, excepto sus padres, encuentra bonitos, a
decir verdad, y pese a lo que se diga, con su aspecto de

chimpancé rosita. No obstante, fui a conocerla; le llevé
su regalo y felicité a los papás. De pronto, la monita

roja mostró su ojillo celeste. Yo acariciaba sus suaves

mechones. Sus ojos se abrían pero no miraban;
estaban vacíos de sujeto, y su abrir y cerrar parecía

más el funcionamiento de una cámara fotográfica, el
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