Page 105 - Telaranas
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—¡No puede estar aquí! ¡Puede morir! Por favor,
váyase antes que lo maten.

¿Quién podría matarme aquí? —pensé.
—¡Váyase! ¡Groaza lo va a matar! ¡Váyase! —me

espetó el joven.

Dirigí mi vista hacia la mujer, cuya piel estaba
más blanca que un papel, y arrugada por efecto del

agua de la fuente. No vi sangre, ni en el agua, ni en el
cuerpo, por lo que no pude saber de qué había muerto.

Se oyó de pronto un grito espeluznante a lo lejos.
Asustados, miramos hacia atrás, más allá de la fuente.

Algunas personas que no habían llegado todavía a sus

hogares corrían hacia el origen del sonido. El
muchacho se apresuró a dejar a la chica en la casa y

ambos caminamos hacia el lugar de donde provenían
los gritos. Un hombre de edad avanzada yacía boca

abajo en el suelo; nos inclinamos para auxiliarlo, pero
al moverlo pudimos ver que ya había fallecido.

Algunas personas estaban rodeándonos y se
asombraron al ver el pálido y demacrado rostro del

anciano. Buscamos la causa de su muerte y no vimos
ni sangre ni golpes, pero pude distinguir dos pequeños

orificios en su cuello. El joven se alarmó al verlos y

comenzó a gritar de nuevo:
—¡Groaza! ¡Groaza fugiţi!

El pueblo hizo eco del clamor del joven y huyeron
lo más rápido posible de vuelta a sus casas.

El anciano fallecido estaba cerca de la entrada de
la suya. A diferencia de los otros hogares, esta vivienda

estaba casi destruida, las columnas del corredor

habían caído y obstaculizaban la entrada, los vidrios
de las ventanas estaban reventados y la madera de las

paredes carcomida. Me extrañó que sucediera algo así
en un pueblo tan impecablemente bien cuidado.
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