Page 112 - Telaranas
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—Suena imposible, en este momento; pero creo
que te amo...
Andrey apenas podía mantener los ojos abiertos,
y lo último que dijo, antes de cerrarlos y dejar caer su
cabeza sobre la almohada, ya sin energía, fue como el
balbuceo a rastras de un niño con sueño:
—Creo que... te a... mo...
Goldi lo besó en los labios y él ya casi no
reaccionó.
—No es imposible —dijo ella, con esa vocecilla
susurrante, haciendo círculos con el dedo sobre el
pecho de Andrey—; al contrario: es tal como debe ser.
Nos amaremos por siempre, pase lo que pase.
Y volvió a besarlo.
Pero fue en ese momento cuando Tad derribó la
puerta. Goldi vio con sus ojos azules enormes la
botella rota en la mano de Tad, y luego su rostro, que
no lucía furioso, ni amenazante, sino algo mucho peor:
decidido.
Ella saltó de la cama y corrió desnuda hacia la
puerta del baño, pero Tad la alcanzó con dos largas
zancadas, atrapó en el aire su cabellera y le clavó la
botella con toda precisión en la espalda. La boquilla
rota se asomó en el pecho de la rubia, a pocos
centímetros por encima del pezón, y mientras ella
chillaba como una gata, con el cabello bien sujeto por
la mano de Tad, la sangre manó por ambas heridas
como el vino por los agujeros de un tonel...
Praga Night Club
¡Gran inauguración! ¡HOY!
que te amo...
Andrey apenas podía mantener los ojos abiertos,
y lo último que dijo, antes de cerrarlos y dejar caer su
cabeza sobre la almohada, ya sin energía, fue como el
balbuceo a rastras de un niño con sueño:
—Creo que... te a... mo...
Goldi lo besó en los labios y él ya casi no
reaccionó.
—No es imposible —dijo ella, con esa vocecilla
susurrante, haciendo círculos con el dedo sobre el
pecho de Andrey—; al contrario: es tal como debe ser.
Nos amaremos por siempre, pase lo que pase.
Y volvió a besarlo.
Pero fue en ese momento cuando Tad derribó la
puerta. Goldi vio con sus ojos azules enormes la
botella rota en la mano de Tad, y luego su rostro, que
no lucía furioso, ni amenazante, sino algo mucho peor:
decidido.
Ella saltó de la cama y corrió desnuda hacia la
puerta del baño, pero Tad la alcanzó con dos largas
zancadas, atrapó en el aire su cabellera y le clavó la
botella con toda precisión en la espalda. La boquilla
rota se asomó en el pecho de la rubia, a pocos
centímetros por encima del pezón, y mientras ella
chillaba como una gata, con el cabello bien sujeto por
la mano de Tad, la sangre manó por ambas heridas
como el vino por los agujeros de un tonel...
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