Page 114 - Telaranas
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dicha oficialidad, él estaba esa noche con su amigo
Andrey, y con nadie más, sin importar que JJ y
Charley hubieran llegado en el mismo auto y
estuvieran allí a pocos centímetros hablando con ellos
(o tratando de hacerlo).
Además, oficialmente, eran un par de imbéciles.
—Pues, entremos —sugirió Andrey.
Y se dirigieron a la entrada del club.
El edificio era de gran tamaño, de tres pisos de
altura, y era la única edificación de la zona, que más
bien era boscosa, de caminos sin asfaltar y en el límite
con lo rural, a pesar de que las luces de la ciudad y
algunos rascacielos se asomaban detrás de los árboles
del oeste. No era un galerón o bodega remodelada,
como la mayoría de los clubes que había conocido
Andrey; tampoco era un misterioso búnker de pueblo
con las ventanas clausuradas; era algo más grande y,
si se quiere, más elegante. Parecía un antiguo caserón
colonial de finca, y Andrey pensó en algún rico
hacendado de antaño; pero poco a poco, la obra en
cemento y la caprichosa mezcla de muy diversos
detalles evidenciaron la acción de manos modernas y
una fecha de construcción más reciente de lo que
parecía. La entrada consistía en un pequeño frontón
clásico, pero con molduras de reptiles y alimañas a lo
gótico; lo sostenían dos columnas, y más arriba, sobre
él, estaba el rótulo de bienvenida. Las fuertes luces de
neón que delineaban todo el contorno del frontón y de
las letras del rótulo no permitían apreciar más detalles
del resto de la edificación, que se extendía hacia atrás
como una gran sombra cuadrada y oscura.
En la entrada había dos chicas vestidas o medio
vestidas de policías, “requisando” a los visitantes, y
detrás de ellas, por si acaso, había dos monigotes con
Andrey, y con nadie más, sin importar que JJ y
Charley hubieran llegado en el mismo auto y
estuvieran allí a pocos centímetros hablando con ellos
(o tratando de hacerlo).
Además, oficialmente, eran un par de imbéciles.
—Pues, entremos —sugirió Andrey.
Y se dirigieron a la entrada del club.
El edificio era de gran tamaño, de tres pisos de
altura, y era la única edificación de la zona, que más
bien era boscosa, de caminos sin asfaltar y en el límite
con lo rural, a pesar de que las luces de la ciudad y
algunos rascacielos se asomaban detrás de los árboles
del oeste. No era un galerón o bodega remodelada,
como la mayoría de los clubes que había conocido
Andrey; tampoco era un misterioso búnker de pueblo
con las ventanas clausuradas; era algo más grande y,
si se quiere, más elegante. Parecía un antiguo caserón
colonial de finca, y Andrey pensó en algún rico
hacendado de antaño; pero poco a poco, la obra en
cemento y la caprichosa mezcla de muy diversos
detalles evidenciaron la acción de manos modernas y
una fecha de construcción más reciente de lo que
parecía. La entrada consistía en un pequeño frontón
clásico, pero con molduras de reptiles y alimañas a lo
gótico; lo sostenían dos columnas, y más arriba, sobre
él, estaba el rótulo de bienvenida. Las fuertes luces de
neón que delineaban todo el contorno del frontón y de
las letras del rótulo no permitían apreciar más detalles
del resto de la edificación, que se extendía hacia atrás
como una gran sombra cuadrada y oscura.
En la entrada había dos chicas vestidas o medio
vestidas de policías, “requisando” a los visitantes, y
detrás de ellas, por si acaso, había dos monigotes con