Page 27 - Telaranas
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Ella y Gertrudis me dijeron que cuando pudiera le
buscara un animalito a usted, para que lo
acompañara... Que por una desgracia en Brasil está
solo.
—No es asunto tuyo ni de esas señoras lo que me
haya ocurrido en Brasil —le dijo Bernardo—. ¿No
tienen ya bastante con sus telenovelas?
A Bernardo le venían preocupando esas
intrusiones, pero debía hacerse de la vista gorda. En
cualquier sitio hallaría una u otra molestia. Había
salido de Chile cuando supo por los periódicos que los
cazadores habían apresado a un exnazi a tan solo diez
cuadras de donde vivía. Ya su esposa había muerto y
no había necesidad de provocar a los sabuesos de
Simon Wiesenthal, que descubrían a un
excolaborador nazi en cuestión de semanas. Había
logrado mantenerse a la sombra en esa zona de Los
Mártires en Bogotá desde hacía cuatro años, y debía
lidiar con males menores o en apariencia ínfimos. Los
fumadores de crack ambulaban desde buena mañana
mendigando monedas y desperdicios que pudieran
tener algún valor para el trueque. Y cuando no era un
fumador de crack, eran las señoras las que trataban de
interesarlo en sus lamentables vidas de telenovela sin
guión ni presupuesto. Y cuando no eran las señoras,
eran los viejos los que venían a contar alguna historia
de ideales manoseados y pronósticos sucios. Aquí, en
Los Mártires, al principio no le preguntaban
demasiado por los últimos setenta años. Pero ya
empezaban a hacerlo, a pesar de que seguía diciendo
que había perdido todo en Brasil en una inundación.
Ah, sí, tenía una linda finca con árboles frutales,
algunos caballos, cientos de matas de café. Después de
buscara un animalito a usted, para que lo
acompañara... Que por una desgracia en Brasil está
solo.
—No es asunto tuyo ni de esas señoras lo que me
haya ocurrido en Brasil —le dijo Bernardo—. ¿No
tienen ya bastante con sus telenovelas?
A Bernardo le venían preocupando esas
intrusiones, pero debía hacerse de la vista gorda. En
cualquier sitio hallaría una u otra molestia. Había
salido de Chile cuando supo por los periódicos que los
cazadores habían apresado a un exnazi a tan solo diez
cuadras de donde vivía. Ya su esposa había muerto y
no había necesidad de provocar a los sabuesos de
Simon Wiesenthal, que descubrían a un
excolaborador nazi en cuestión de semanas. Había
logrado mantenerse a la sombra en esa zona de Los
Mártires en Bogotá desde hacía cuatro años, y debía
lidiar con males menores o en apariencia ínfimos. Los
fumadores de crack ambulaban desde buena mañana
mendigando monedas y desperdicios que pudieran
tener algún valor para el trueque. Y cuando no era un
fumador de crack, eran las señoras las que trataban de
interesarlo en sus lamentables vidas de telenovela sin
guión ni presupuesto. Y cuando no eran las señoras,
eran los viejos los que venían a contar alguna historia
de ideales manoseados y pronósticos sucios. Aquí, en
Los Mártires, al principio no le preguntaban
demasiado por los últimos setenta años. Pero ya
empezaban a hacerlo, a pesar de que seguía diciendo
que había perdido todo en Brasil en una inundación.
Ah, sí, tenía una linda finca con árboles frutales,
algunos caballos, cientos de matas de café. Después de