Page 29 - Telaranas
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gustaba pensar demasiado, no le gustaba responder a
sus propias preguntas.

Bernardo miró el pájaro en la jaula y supuso que
ya era de su propiedad. Lo llevó junto al dintel para

que lo bañara la luz del día. No tenía el aspecto de ser

una especie apreciada ni que emitiera sonido alguno.
Tal vez era solo un pájaro enfermo que tenía alguna

ligera intuición de su exterminio; abría los ojos y los
cerraba, y se mantenía temblando, como tiembla un

moribundo ante la proximidad de la muerte.
—Creo que te queda poco —le dijo Bernardo,

regresando a su escritorio—. Me darás el trabajo de

arrojarte a la basura. Pero no me des las gracias, que
no soy cortés. Pregúntales a mis hermanos judíos del

campo de concentración. Me los recuerdas demasiado
y eso no me gusta. No me gusta que me quiten vida los

recuerdos, que en mi caso son deudas. Recuerdos
tienen los que cumplen con la ley de Dios. Los

malditos tienen crímenes. Eh, pájaro, ¿me escuchas?
Me parece que me estás produciendo estrés.

El pájaro seguía temblando.
—Y ya deja de temblar de esa forma, que me

volverás loco —le dijo—. Tengo demasiadas cosas que

atender el día de hoy. Por si no lo sabes, los pobres de
este barrio me traen sus relojes baratos y eso me da

para vivir como otro pobre. Entre los pobres hay una
comunión que no permite que ninguno salga de su

pobreza. ¿O es que me traerán algo más que no sean
tristezas rotas que componer? ¿Tú qué opinas, pájaro?

El ave parecía más cabizbaja.

—Te diré algo más: Dios no asiste a cualquiera; a
ti por lo visto te abandonó; algo que suele hacer con

los más pequeños, pájaro; con los más pequeños. Por
eso yo tuve que pelear y hacerme amigo de los más
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