Page 34 - Telaranas
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—Miedo al ambiente; los pájaros no traban de
golpe amistad con el ambiente si vienen de
arrancarlos de su hábitat.
—Es un hecho. Creo que tiene miedo y que no
abre los ojos porque no quiere saber dónde está. Como
en un campo de concentración.
—¿Cómo dijo?
—Es como si ya no quisiera la vida.
—Lo han de haber asustado mucho —opinó el
veterinario, mirando ahora a la cajera. La mujer no
entendía; sacó un espejo del bolso y empezó a mirarse
en él. Ella no estaba de acuerdo con que los clientes
relataran las vidas de las mascotas; era lo que más le
aburría de ese trabajo. Incluso le aburría el
veterinario, que no tenía ningún atractivo real;
siempre trataba de ser simpático, pero no lograba
serlo. Hay hombres así; se esfuerzan mucho, se
apasionan, pero no logran ser como los hombres
impulsivos de las telenovelas, que lloran borrachos de
amor por las mujeres y de pronto sacan una pistola
para matar a un rival.
—Me recuerda ese pájaro una circunstancia de mi
propia existencia —continuó Bernardo—. ¡Pero qué
digo! Nada de eso, es un recuerdo peligroso… Deme lo
que necesito y ya se lo llevo para que no se muera hoy;
habré hecho por lo menos el intento de no dejarlo
morir, usted me entiende, aunque para mañana
amanezca tieso.
El veterinario le empacó todo y Bernardo pagó a
la cajera. Mientras iba saliendo del local, Bernardo
escuchó que el doctor, obviamente sin garra suficiente
para enamorarla, volvía a hacerle murmuraciones a la
mujer; una mujer demasiado fantasiosa, como una
soñadora que por accidente debe trabajar mientras el
golpe amistad con el ambiente si vienen de
arrancarlos de su hábitat.
—Es un hecho. Creo que tiene miedo y que no
abre los ojos porque no quiere saber dónde está. Como
en un campo de concentración.
—¿Cómo dijo?
—Es como si ya no quisiera la vida.
—Lo han de haber asustado mucho —opinó el
veterinario, mirando ahora a la cajera. La mujer no
entendía; sacó un espejo del bolso y empezó a mirarse
en él. Ella no estaba de acuerdo con que los clientes
relataran las vidas de las mascotas; era lo que más le
aburría de ese trabajo. Incluso le aburría el
veterinario, que no tenía ningún atractivo real;
siempre trataba de ser simpático, pero no lograba
serlo. Hay hombres así; se esfuerzan mucho, se
apasionan, pero no logran ser como los hombres
impulsivos de las telenovelas, que lloran borrachos de
amor por las mujeres y de pronto sacan una pistola
para matar a un rival.
—Me recuerda ese pájaro una circunstancia de mi
propia existencia —continuó Bernardo—. ¡Pero qué
digo! Nada de eso, es un recuerdo peligroso… Deme lo
que necesito y ya se lo llevo para que no se muera hoy;
habré hecho por lo menos el intento de no dejarlo
morir, usted me entiende, aunque para mañana
amanezca tieso.
El veterinario le empacó todo y Bernardo pagó a
la cajera. Mientras iba saliendo del local, Bernardo
escuchó que el doctor, obviamente sin garra suficiente
para enamorarla, volvía a hacerle murmuraciones a la
mujer; una mujer demasiado fantasiosa, como una
soñadora que por accidente debe trabajar mientras el