Page 33 - Telaranas
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—El dolor de este pueblo me hace olvidar mi
propio dolor —dijo él, despidiéndose con la mano.

Las mujeres lo contemplaron con una sonrisa
incrédula y le dijeron adiós; lo vieron alejarse como

olfateando su olor de viejo que mentía.

El hombre llegó a la tienda para animales,
llamada Los Pequeños Reyes, y se fue directo a

preguntarle a un joven en gabacha que en ese instante
le hablaba muy bajito a la cajera, con un tono dulzón y

acucioso.
—¿Quién es el veterinario? —preguntó.

—Yo soy el veterinario —le contestó el joven,

apartándose de la cajera y aprestándose para dar un
servicio.

—Perfecto. Tengo un pájaro y creo que está
enfermo; necesito llevarle comida, algo que no lo mate

de una sola vez, ¿usted sabe? Comida especial;
también alguna medicina…

—Sería mejor si lo trae aquí, señor —le dijo el
veterinario—, puedo verlo…

—Es cierto, pero es imposible —dijo Bernardo,
reflexivo—; no puedo por ahora, eso era lo que tenía

que hacer… Es lógico.

—Pero aquí tiene un paquete de semillas para
aves —le fue diciendo el veterinario, mientras le

alcanzaba los productos y se los ponía sobre el
mostrador—, un bebedero, un cobertor, cosas que

necesita.
—Sí. Y vea usted: el pájaro pasa temblando… No

era mío, nada de eso; me lo dejaron a la fuerza. Tal vez

está herido.
—Así es —dijo el veterinario—. Tal vez tiene fiebre

o miedo.
—¿Miedo? —se sorprendió Bernardo.
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