Page 55 - Aquelarre
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millones de voces, demasiado conocidas, llamando el nombre de
Zeim desesperadamente. Hasta el último momento habían
esperado que volviera, pero ninguno vivió para ver su regreso.
Aquella tragedia se volvía cada vez más insoportable, aun así,
Zeim adoptó nuevamente su forma material; todavía esperaba
encontrar sobrevivientes. Buscó entre las ruinas, seguro de que
encontraría alguna cara familiar que se iluminaría al ver que había
vuelto, mas nadie respondió a su llamado; ninguno había
sobrevivido y lo único que veía era destrucción.
En aquel momento, una fuerte lluvia de escombros espaciales
comenzó a caer sobre el planeta, pero Zeim, furioso, alargó su
cuerpo para proteger lo que quedaba de su preciado mundo. En ese
momento, recordó los días en que su planeta era joven, lo amó más
que nunca, y quiso protegerle por siempre de cualquier cosa; así
que, usando todo su poder, extendió su cuerpo para cubrir todo lo
que fue el hogar de los Gobis. En ese abrazo pudo sentir los frescos
bosques, las altas montañas, y los pasos de sus criaturas sobre las
mismas ciudades que les había ayudado a construir. Finalmente,
una indescriptible tristeza se apoderó de él y, perdiendo el poco
control emocional que le quedaba, lloró lágrimas eternas que
lavaron por siempre la superficie del planeta.
Epílogo:
En una región muy lejos de aquella galaxia, los Geroih seguían
meditando para alcanzar su propósito y el conocimiento universal.
Habían pasado muchos milenios desde que tomaran la decisión
que los llevó a abandonar sus cuerpos y a dedicarse a entender el
universo. Para algunos, la meta estaba muy cerca; sin embargo, a
un grupo pequeño de Geroih le era imposible concentrarse, pues
un molesto ruido se lo impedía. Habían intentado ignorarlo desde
el principio, pero los ecos de gritos y explosiones se hacían cada vez
más fuertes; en ocasiones, parecían venir de lo más profundo de
sus mentes y les carcomían los sentidos. Pronto comenzaron a
preguntarse de dónde provenía tanto sufrimiento y, al poco
tiempo, quisieron ayudar a esos seres. Entonces, uno a uno, fueron
Zeim desesperadamente. Hasta el último momento habían
esperado que volviera, pero ninguno vivió para ver su regreso.
Aquella tragedia se volvía cada vez más insoportable, aun así,
Zeim adoptó nuevamente su forma material; todavía esperaba
encontrar sobrevivientes. Buscó entre las ruinas, seguro de que
encontraría alguna cara familiar que se iluminaría al ver que había
vuelto, mas nadie respondió a su llamado; ninguno había
sobrevivido y lo único que veía era destrucción.
En aquel momento, una fuerte lluvia de escombros espaciales
comenzó a caer sobre el planeta, pero Zeim, furioso, alargó su
cuerpo para proteger lo que quedaba de su preciado mundo. En ese
momento, recordó los días en que su planeta era joven, lo amó más
que nunca, y quiso protegerle por siempre de cualquier cosa; así
que, usando todo su poder, extendió su cuerpo para cubrir todo lo
que fue el hogar de los Gobis. En ese abrazo pudo sentir los frescos
bosques, las altas montañas, y los pasos de sus criaturas sobre las
mismas ciudades que les había ayudado a construir. Finalmente,
una indescriptible tristeza se apoderó de él y, perdiendo el poco
control emocional que le quedaba, lloró lágrimas eternas que
lavaron por siempre la superficie del planeta.
Epílogo:
En una región muy lejos de aquella galaxia, los Geroih seguían
meditando para alcanzar su propósito y el conocimiento universal.
Habían pasado muchos milenios desde que tomaran la decisión
que los llevó a abandonar sus cuerpos y a dedicarse a entender el
universo. Para algunos, la meta estaba muy cerca; sin embargo, a
un grupo pequeño de Geroih le era imposible concentrarse, pues
un molesto ruido se lo impedía. Habían intentado ignorarlo desde
el principio, pero los ecos de gritos y explosiones se hacían cada vez
más fuertes; en ocasiones, parecían venir de lo más profundo de
sus mentes y les carcomían los sentidos. Pronto comenzaron a
preguntarse de dónde provenía tanto sufrimiento y, al poco
tiempo, quisieron ayudar a esos seres. Entonces, uno a uno, fueron