Page 58 - Aquelarre
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para cruzar la puerta y llegar al balcón para leer ahí nuevamente.
No pude evitar cuestionarme si volvería a hacer buen tiempo
alguna vez. Sin duda, tendría que limpiar la puerta si dejaba de
llover.
Tomé conciencia de mi ánimo decaído. Por ahora, no me
quedaba más que seguir viviendo y cada día me repetía que lo debía
seguir haciendo de la misma manera en que ya lo había hecho por
ochenta y un años: de la mejor manera posible. Así que luego del
desayuno, me concentré para que los nutrientes se fueran directo
al corazón, que era donde más falta me hacían. Busqué mis
pantuflas térmicas, la bata de franela ultra caliente que había
comprado en Suecia hacía muchísimos años y que tan buenos
recuerdos me traía, y me dispuse a leer. Tuve que ponerme de pie,
una vez más, pues no me apetecía el libro que se encontraba sobre
la mesa de al lado: Ortega y Gasset tendría que esperar un poco
más. La mañana era lo bastante desconcertante como para
concentrarme en su lectura y continuar masticando mi duda de
siempre: no estaba segura si cuando él escribió: “Yo soy yo y mi
circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo”, lo hizo desde
su posición de filósofo o de vidente. Entonces, preferí buscar a
Simone de Beauvoir. El segundo sexo había sido uno de los libros
de cabecera durante toda mi vida; la que ahora, afortunadamente,
se acercaba a su fin. Con el afán de enmendar el hecho de que lo
había leído por primera vez cuando era demasiado joven, hacía una
relectura una vez cada década y de la experiencia resultaba siempre
algo positivo. Aproveché para hacer todo lo necesario e invitar a
Vivaldi a acompañarme; poco a poco, su música, empezó a fluir.
Como tenía la certeza de que algo positivo era lo que necesitaba, y
no exagero cuando digo que lo necesitaba a gritos, retomé la
lectura, una vez en mi asiento, donde la flecha rosada me indicaba:
“Desde el día que la mujer acepta envejecer, su situación
cambia. Hasta entonces era una mujer todavía joven, entregada
a una lucha encarnizada contra un mal que misteriosamente la
afeaba y deformaba; se convierte en un ser diferente, asexuado,
pero consumado: una mujer de edad. Puede considerarse
entonces que ha sido liquidada su crisis de menopausia. Pero no
hay que concluir de ello que en adelante le será fácil vivir. Cuando
No pude evitar cuestionarme si volvería a hacer buen tiempo
alguna vez. Sin duda, tendría que limpiar la puerta si dejaba de
llover.
Tomé conciencia de mi ánimo decaído. Por ahora, no me
quedaba más que seguir viviendo y cada día me repetía que lo debía
seguir haciendo de la misma manera en que ya lo había hecho por
ochenta y un años: de la mejor manera posible. Así que luego del
desayuno, me concentré para que los nutrientes se fueran directo
al corazón, que era donde más falta me hacían. Busqué mis
pantuflas térmicas, la bata de franela ultra caliente que había
comprado en Suecia hacía muchísimos años y que tan buenos
recuerdos me traía, y me dispuse a leer. Tuve que ponerme de pie,
una vez más, pues no me apetecía el libro que se encontraba sobre
la mesa de al lado: Ortega y Gasset tendría que esperar un poco
más. La mañana era lo bastante desconcertante como para
concentrarme en su lectura y continuar masticando mi duda de
siempre: no estaba segura si cuando él escribió: “Yo soy yo y mi
circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo”, lo hizo desde
su posición de filósofo o de vidente. Entonces, preferí buscar a
Simone de Beauvoir. El segundo sexo había sido uno de los libros
de cabecera durante toda mi vida; la que ahora, afortunadamente,
se acercaba a su fin. Con el afán de enmendar el hecho de que lo
había leído por primera vez cuando era demasiado joven, hacía una
relectura una vez cada década y de la experiencia resultaba siempre
algo positivo. Aproveché para hacer todo lo necesario e invitar a
Vivaldi a acompañarme; poco a poco, su música, empezó a fluir.
Como tenía la certeza de que algo positivo era lo que necesitaba, y
no exagero cuando digo que lo necesitaba a gritos, retomé la
lectura, una vez en mi asiento, donde la flecha rosada me indicaba:
“Desde el día que la mujer acepta envejecer, su situación
cambia. Hasta entonces era una mujer todavía joven, entregada
a una lucha encarnizada contra un mal que misteriosamente la
afeaba y deformaba; se convierte en un ser diferente, asexuado,
pero consumado: una mujer de edad. Puede considerarse
entonces que ha sido liquidada su crisis de menopausia. Pero no
hay que concluir de ello que en adelante le será fácil vivir. Cuando