Page 63 - Aquelarre
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Helena
*
La imagen de Guy sacando un frasco rojo de pastillas de su
camisa verde la noche de mi llegada, acudía a mi mente a intervalos
frecuentes. Como notó que me tomaba un poco más de tiempo del
que él había previsto extender mi mano, me explicó, con
tranquilidad, que la comida no era tan necesaria y que ya no era
necesario cocinar:
—Tome, son pastillas Huxley –me dijo con naturalidad—.
Aquí en la casa no hay comida. Supongo que se alegrará usted al
librarse de la obligación culinaria. Algo tan inútil y que demanda
tanto tiempo.
Abrí el frasco y me sorprendí de que fueran tantas y tan
pequeñas.
—Le agradezco, sé que son muy costosas. Leí que cada una
valía mil euros. Sin embargo, no estoy segura de que yo las pueda
tomar. Recuerde que yo no he sido turista espacial ni he tomado
Rejuvenex. Mi organismo goza de buena salud gracias a las
medidas que he adoptado en el pasado. Además, ignoro cuán
convenientes podrían ser para mí.
Las palabras tardaron en venir un poco más de lo que yo había
previsto; luego, pensativo, me dijo:
—Disculpe que no lo haya tomado en cuenta. Por más años que
se viva, tiende uno a rodearse de las mismas personas y seguir, de
alguna manera, la misma rutina. Si está de acuerdo, voy a consultar
con mi equipo de especialistas y mañana le haré saber si son
convenientes para usted. Sobre lo del precio, no se preocupe, me
parece que son más que razonables.
Estaba cansada y tenía hambre pero, por lo visto, iba a tener
que esperar hasta mañana. Con todas las fuerzas que me
quedaban, me concentré para explicarle mis razones. Lo hice de la
manera más asertiva posible, tal como lo merecía un hombre que
me ofrecía unos noventa mil euros en pastillas:
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La imagen de Guy sacando un frasco rojo de pastillas de su
camisa verde la noche de mi llegada, acudía a mi mente a intervalos
frecuentes. Como notó que me tomaba un poco más de tiempo del
que él había previsto extender mi mano, me explicó, con
tranquilidad, que la comida no era tan necesaria y que ya no era
necesario cocinar:
—Tome, son pastillas Huxley –me dijo con naturalidad—.
Aquí en la casa no hay comida. Supongo que se alegrará usted al
librarse de la obligación culinaria. Algo tan inútil y que demanda
tanto tiempo.
Abrí el frasco y me sorprendí de que fueran tantas y tan
pequeñas.
—Le agradezco, sé que son muy costosas. Leí que cada una
valía mil euros. Sin embargo, no estoy segura de que yo las pueda
tomar. Recuerde que yo no he sido turista espacial ni he tomado
Rejuvenex. Mi organismo goza de buena salud gracias a las
medidas que he adoptado en el pasado. Además, ignoro cuán
convenientes podrían ser para mí.
Las palabras tardaron en venir un poco más de lo que yo había
previsto; luego, pensativo, me dijo:
—Disculpe que no lo haya tomado en cuenta. Por más años que
se viva, tiende uno a rodearse de las mismas personas y seguir, de
alguna manera, la misma rutina. Si está de acuerdo, voy a consultar
con mi equipo de especialistas y mañana le haré saber si son
convenientes para usted. Sobre lo del precio, no se preocupe, me
parece que son más que razonables.
Estaba cansada y tenía hambre pero, por lo visto, iba a tener
que esperar hasta mañana. Con todas las fuerzas que me
quedaban, me concentré para explicarle mis razones. Lo hice de la
manera más asertiva posible, tal como lo merecía un hombre que
me ofrecía unos noventa mil euros en pastillas: