Page 64 - Aquelarre
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—Una cosa más: creo que es importante que le mencione que,
en mi condición y debido a mi profesión, la comida es
absolutamente necesaria. Para que tenga una idea, no exagero si le
digo que mi vida perdería buena parte del sentido que le queda si
yo no puedo cocinar y comer en los últimos años de vida. De todas
maneras, espero lo que usted tenga que decirme mañana. Si esas
pastillas son buenas para mí también, estoy dispuesta a probarlas
y tomarlas algunas veces por semana. Comprenderá que no he
venido hasta aquí para perpetuar las mismas rutinas. ¿Verdad?
De repente, pude ver que sus cejas subían y que la parte verde
de sus ojos se ampliaba. No pude interpretar ese gesto porque aún
no lo conocía y preferí guardar silencio para esperar lo que trajera
la mañana.
*
Comprobé, con sorpresa, que Guy esperaba por mí. Lo
encontré sentado en lo que antes se llamaba desayunador.
Informalmente ataviado con una camisa blanca confeccionada con
material reciclable y fibras naturales que le resaltaba el color de su
mirada, lo pude ver con detenimiento: era absolutamente apuesto,
con labios finos, ojos brillantes y manos gruesas que lanzaban una
invitación al tacto de la que por dicha yo ya estaba exenta. De
acuerdo a mis cuentas, en nueve meses cumpliría cien años.
Aparentaba unos cuarenta y me pregunté por la razón que lo
hubiese inclinado a seleccionar esa edad. Tal vez, algún día, tendría
ocasión de preguntarle.
—Supongo que la gente se viste así para ir al supermercado.
Por la pasión que vi en usted anoche al defender su posición y su
profesión, preferí venir para decirle que aunque soy buen anfitrión,
no había considerado ese asunto. En la casa no hay comida –me
dijo con un cierto tono de disculpa—. Si usted acepta, puede
tomarse una de mis pastillas para que pase el día de hoy, y yo la
llevo al supermercado para que pueda comer mañana. Pregunté a
mi grupo de especialistas y me informaron que no hay estudios
concluyentes respecto a gente en su condición; sin embargo, me
dijeron que no hay peligro en que pruebe y me pidieron que les
en mi condición y debido a mi profesión, la comida es
absolutamente necesaria. Para que tenga una idea, no exagero si le
digo que mi vida perdería buena parte del sentido que le queda si
yo no puedo cocinar y comer en los últimos años de vida. De todas
maneras, espero lo que usted tenga que decirme mañana. Si esas
pastillas son buenas para mí también, estoy dispuesta a probarlas
y tomarlas algunas veces por semana. Comprenderá que no he
venido hasta aquí para perpetuar las mismas rutinas. ¿Verdad?
De repente, pude ver que sus cejas subían y que la parte verde
de sus ojos se ampliaba. No pude interpretar ese gesto porque aún
no lo conocía y preferí guardar silencio para esperar lo que trajera
la mañana.
*
Comprobé, con sorpresa, que Guy esperaba por mí. Lo
encontré sentado en lo que antes se llamaba desayunador.
Informalmente ataviado con una camisa blanca confeccionada con
material reciclable y fibras naturales que le resaltaba el color de su
mirada, lo pude ver con detenimiento: era absolutamente apuesto,
con labios finos, ojos brillantes y manos gruesas que lanzaban una
invitación al tacto de la que por dicha yo ya estaba exenta. De
acuerdo a mis cuentas, en nueve meses cumpliría cien años.
Aparentaba unos cuarenta y me pregunté por la razón que lo
hubiese inclinado a seleccionar esa edad. Tal vez, algún día, tendría
ocasión de preguntarle.
—Supongo que la gente se viste así para ir al supermercado.
Por la pasión que vi en usted anoche al defender su posición y su
profesión, preferí venir para decirle que aunque soy buen anfitrión,
no había considerado ese asunto. En la casa no hay comida –me
dijo con un cierto tono de disculpa—. Si usted acepta, puede
tomarse una de mis pastillas para que pase el día de hoy, y yo la
llevo al supermercado para que pueda comer mañana. Pregunté a
mi grupo de especialistas y me informaron que no hay estudios
concluyentes respecto a gente en su condición; sin embargo, me
dijeron que no hay peligro en que pruebe y me pidieron que les