Page 51 - Aquelarre
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algo que ninguno de los Creadores había hecho jamás; ellos
preferían tomar la figura que tuvieron cuando aún eran parte de
una raza joven y caminaban por su planeta obligados por cuerpos
mortales.
A diferencia de aquellos, el cuerpo de Zeim era el de un
anciano alto y delgado, con los brazos alargados y manos curveadas
hacia dentro; los largos dedos con frecuencia acariciaban el cabello
negro que se extendía hasta la cintura, y sus ojos, profundamente
oscuros, no apartaban nunca la mirada de la galaxia en miniatura
en el centro del Círculo; allá estaba su planeta, apenas visible en la
lejanía. Había querido mostrar a los demás lo hermoso que era,
pero a ellos solo les importaba que hubiera nubosidad en la
atmosfera para que no se pudiera ver las estrellas. Por primera vez,
dudó de las verdaderas intenciones de los Creadores. Le pareció
que eran odiosos y engreídos, envueltos en un aura de poder que
les impedía ver la belleza de sus criaturas, pues hablaban de los
planetas como si estos fueran simples objetos flotantes, y sus
habitantes seres dependiente a quienes debían vigilar
estrictamente para poder protegerles de sí mismos. Seguramente
ninguno se había atrevido a hablar con ellos, mucho menos
intentar comprender su forma de ver el mundo; desconocían su
curiosidad y probablemente nunca experimentaron ternura al
verlos nacer y morir.
Zeim habría continuado ponderando lo infortunados que eran
los otros por nunca haber interactuado con sus criaturas; pero,
varios gritos ahogados interrumpieron sus pensamientos.
Se había producido una explosión en uno de los sectores
menos poblados, no muy lejos del centro de la galaxia. Fue algo
pequeño, apenas una ínfima chispa de fuego a los ojos de los
Creadores, pero todos quedaron estupefactos. Cuando empezaron
a reaccionar, escucharon otra explosión, esta vez dentro de la
región central; a ésta siguió otra, y luego otra más, hasta que fue
evidente que estaban presenciando el comienzo de una nueva
guerra interplanetaria.
***
preferían tomar la figura que tuvieron cuando aún eran parte de
una raza joven y caminaban por su planeta obligados por cuerpos
mortales.
A diferencia de aquellos, el cuerpo de Zeim era el de un
anciano alto y delgado, con los brazos alargados y manos curveadas
hacia dentro; los largos dedos con frecuencia acariciaban el cabello
negro que se extendía hasta la cintura, y sus ojos, profundamente
oscuros, no apartaban nunca la mirada de la galaxia en miniatura
en el centro del Círculo; allá estaba su planeta, apenas visible en la
lejanía. Había querido mostrar a los demás lo hermoso que era,
pero a ellos solo les importaba que hubiera nubosidad en la
atmosfera para que no se pudiera ver las estrellas. Por primera vez,
dudó de las verdaderas intenciones de los Creadores. Le pareció
que eran odiosos y engreídos, envueltos en un aura de poder que
les impedía ver la belleza de sus criaturas, pues hablaban de los
planetas como si estos fueran simples objetos flotantes, y sus
habitantes seres dependiente a quienes debían vigilar
estrictamente para poder protegerles de sí mismos. Seguramente
ninguno se había atrevido a hablar con ellos, mucho menos
intentar comprender su forma de ver el mundo; desconocían su
curiosidad y probablemente nunca experimentaron ternura al
verlos nacer y morir.
Zeim habría continuado ponderando lo infortunados que eran
los otros por nunca haber interactuado con sus criaturas; pero,
varios gritos ahogados interrumpieron sus pensamientos.
Se había producido una explosión en uno de los sectores
menos poblados, no muy lejos del centro de la galaxia. Fue algo
pequeño, apenas una ínfima chispa de fuego a los ojos de los
Creadores, pero todos quedaron estupefactos. Cuando empezaron
a reaccionar, escucharon otra explosión, esta vez dentro de la
región central; a ésta siguió otra, y luego otra más, hasta que fue
evidente que estaban presenciando el comienzo de una nueva
guerra interplanetaria.
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