Page 50 - Aquelarre
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concordaban en que sus criaturas no tenían la inteligencia
necesaria para comprender su existencia, pero los Gobis eran
diferentes. De modo que Zeim concluyó que no hablaría de los
otros planetas, ni de los Creadores, pero les ayudaría a comprender
su propio mundo. De modo que finalmente se presentó ante ellos
y les habló. Para su sorpresa, aquellas criaturas no mostraron
miedo, sino que escucharon sus palabras con atención, mientras
miraban a su alrededor con los ojos muy abiertos, como si fuera la
primera vez; ahora sabían las respuestas.
Los Gobis no tardaron en comprender que Zeim era un ser
superior a ellos, capaz de manipular su mundo y crear cosas
nuevas; sin embargo, lo reverenciaban como a un sabio, no como
un dios. Se convirtió en el Anciano Inmortal al que todos los
gobiernos consultaban antes de tomar sus decisiones; pronto no
hubo nadie más importante ni más amado que él, de modo que no
había tristeza mayor que cuando abandonaba su forma material y
se retiraba a las montañas a descansar. Por otro lado, Zeim se había
enamorado perdidamente de sus criaturas, y no pudo soportar
mucho tiempo sus lágrimas cada vez que le suplicaban que no se
marchara; además, él tampoco quería separarse de ellos, de modo
que tomó permanentemente la apariencia de anciano y nunca
volvió a separarse de los Gobis, hasta que llegó el día de reunirse
nuevamente en el Círculo de los Creadores.
Zeim casi había olvidado a los otros Creadores, y le entristecía
tener que dejar solas a sus criaturas. Antes de marcharse, les dijo
que cruzaría las nubes para reunirse con otros como Él, pero que
no dudaran de su regreso, aunque pasaran muchas generaciones,
era una promesa. Muchas lágrimas fueron derramadas mientras se
despedía; él mismo tuvo que contenerse, pues, aunque sabía que
nada iba a cambiar, le dolía inmensamente separarse de aquellas
criaturas que parecían quedar indefensas sin su protección.
***
En la sala de los Creadores, todos habían tomado ya sus
formas corporales y todos miraban con curiosidad a Zeim, quien
había tomado el aspecto de sus criaturas, no la de su propia raza,
necesaria para comprender su existencia, pero los Gobis eran
diferentes. De modo que Zeim concluyó que no hablaría de los
otros planetas, ni de los Creadores, pero les ayudaría a comprender
su propio mundo. De modo que finalmente se presentó ante ellos
y les habló. Para su sorpresa, aquellas criaturas no mostraron
miedo, sino que escucharon sus palabras con atención, mientras
miraban a su alrededor con los ojos muy abiertos, como si fuera la
primera vez; ahora sabían las respuestas.
Los Gobis no tardaron en comprender que Zeim era un ser
superior a ellos, capaz de manipular su mundo y crear cosas
nuevas; sin embargo, lo reverenciaban como a un sabio, no como
un dios. Se convirtió en el Anciano Inmortal al que todos los
gobiernos consultaban antes de tomar sus decisiones; pronto no
hubo nadie más importante ni más amado que él, de modo que no
había tristeza mayor que cuando abandonaba su forma material y
se retiraba a las montañas a descansar. Por otro lado, Zeim se había
enamorado perdidamente de sus criaturas, y no pudo soportar
mucho tiempo sus lágrimas cada vez que le suplicaban que no se
marchara; además, él tampoco quería separarse de ellos, de modo
que tomó permanentemente la apariencia de anciano y nunca
volvió a separarse de los Gobis, hasta que llegó el día de reunirse
nuevamente en el Círculo de los Creadores.
Zeim casi había olvidado a los otros Creadores, y le entristecía
tener que dejar solas a sus criaturas. Antes de marcharse, les dijo
que cruzaría las nubes para reunirse con otros como Él, pero que
no dudaran de su regreso, aunque pasaran muchas generaciones,
era una promesa. Muchas lágrimas fueron derramadas mientras se
despedía; él mismo tuvo que contenerse, pues, aunque sabía que
nada iba a cambiar, le dolía inmensamente separarse de aquellas
criaturas que parecían quedar indefensas sin su protección.
***
En la sala de los Creadores, todos habían tomado ya sus
formas corporales y todos miraban con curiosidad a Zeim, quien
había tomado el aspecto de sus criaturas, no la de su propia raza,