Page 49 - Aquelarre
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bosques frescos a donde iba a descansar, después de que la brisa
calurosa del mar y el azote de las olas se volvían molestos. Era un
constante ir y venir entre las zonas de su planeta, disfrutando todo
lo que surgía y los resultados obtenidos cada vez que creaba algo
nuevo. Conocía desde el más pequeño microorganismo del mar,
hasta las grandes bestias que había creado para poblar las altas y
heladas montañas. Sin embargo, faltaba lo más importante, y
decidió que ya era hora de dar vida nuevamente a los Gobis y
borrar de su memoria su pasado para que pudieran adoptar aquel
planeta como suyo, y desarrollar todo su potencial.
No fue sino hasta que estaba a punto de despertarles a la vida
que recordó el asunto de la nubosidad de la atmósfera. Lo había
olvidado por completo, demasiado embelesado con su propia
labor. Desde un principio estuvo en desacuerdo con aquel método,
pero ahora que había creado aquel mundo y restaurado a seres tan
frágiles, la decisión le parecía correcta, pues deseaba con toda su
fuerza protegerles.
Entonces todo el planeta estuvo listo para los Gobis. Zeim
había bañado la superficie con una lluvia matutina y todo estaba
olorizado a frutas silvestres y flores. Allí mismo renació una
civilización entera, en un planeta completamente diferente a su
hogar anterior, y libres de enemigos que refrenaran su potencial
intelectual.
***
Zeim observaba todo con gran admiración; le sorprendía cada
cosa que hacían los Gobis, aunque fuera insignificante. Habían
crecido bastante y ocupaban ahora la tercera parte del planeta. Sin
embargo, le parecía a Zeim, ignoraban muchas de las cosas que
pasaban a su alrededor y, aun siendo una raza naturalmente
inteligente, les tomaba tiempo responderse sus preguntas. Eran,
después de todo, solamente unos niños descubriendo el mundo,
pero sentía que, a menos que él decidiera ayudarles, su desarrollo
sería demasiado lento.
Durante toda su estadía con los otros Creadores, Zeim nunca
vio a ninguno hablando con los habitantes de sus planetas; todos
calurosa del mar y el azote de las olas se volvían molestos. Era un
constante ir y venir entre las zonas de su planeta, disfrutando todo
lo que surgía y los resultados obtenidos cada vez que creaba algo
nuevo. Conocía desde el más pequeño microorganismo del mar,
hasta las grandes bestias que había creado para poblar las altas y
heladas montañas. Sin embargo, faltaba lo más importante, y
decidió que ya era hora de dar vida nuevamente a los Gobis y
borrar de su memoria su pasado para que pudieran adoptar aquel
planeta como suyo, y desarrollar todo su potencial.
No fue sino hasta que estaba a punto de despertarles a la vida
que recordó el asunto de la nubosidad de la atmósfera. Lo había
olvidado por completo, demasiado embelesado con su propia
labor. Desde un principio estuvo en desacuerdo con aquel método,
pero ahora que había creado aquel mundo y restaurado a seres tan
frágiles, la decisión le parecía correcta, pues deseaba con toda su
fuerza protegerles.
Entonces todo el planeta estuvo listo para los Gobis. Zeim
había bañado la superficie con una lluvia matutina y todo estaba
olorizado a frutas silvestres y flores. Allí mismo renació una
civilización entera, en un planeta completamente diferente a su
hogar anterior, y libres de enemigos que refrenaran su potencial
intelectual.
***
Zeim observaba todo con gran admiración; le sorprendía cada
cosa que hacían los Gobis, aunque fuera insignificante. Habían
crecido bastante y ocupaban ahora la tercera parte del planeta. Sin
embargo, le parecía a Zeim, ignoraban muchas de las cosas que
pasaban a su alrededor y, aun siendo una raza naturalmente
inteligente, les tomaba tiempo responderse sus preguntas. Eran,
después de todo, solamente unos niños descubriendo el mundo,
pero sentía que, a menos que él decidiera ayudarles, su desarrollo
sería demasiado lento.
Durante toda su estadía con los otros Creadores, Zeim nunca
vio a ninguno hablando con los habitantes de sus planetas; todos