Page 44 - Puntas de Iceberg
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El teléfono estaba sonando cuando Soto bajó del Mercedes azul.
Parecía como si hubiera estado sonando desde que se fue. La
molestia del retraso del vuelo y el horrible timbre del teléfono lo
pusieron de mal humor. Se bajó lento, como deseando que el
timbrado cesara antes de llegar. Se sentía muy cansado; con mucho
sueño. De pronto, cayó en cuenta… ¡Podían ser ellas! Las llaves se
enredaron y la frenética carrera hacia la estancia donde estaba el
sonoro auricular fue inútil: dejó de sonar un instante antes de
levantarlo. Ahora se daba cuenta que tal vez la llamada que no tomó
en la mañana pudo haber sido ser de ellas. — ¡Qué extraño, juraría
que dejé el contestador encendido! –Y lo estaba, pero él no lo vio.
El botón de power fue presionado y el viejo tubo de rayos
catódicos comenzó su función. Las noticias mostraban, con gran
sensacionalismo, la catástrofe del quinto avión de la línea aérea que
usaba su esposa. Soto detestaba el amarillismo, por lo que lo apagó
al instante. Su mano sirvió de descanso a su cabeza. Tenía miedo.
Se sentía incómodo, sudaba. Sentía que había fallado a su familia, a
su hija que esperaba verlo y mostrarle sus calificaciones, orgullosa.
Se sentía mal por haberles mentido una vez más. Sí, había inventado
mucho trabajo para no ir a traer a su hija personalmente. El señor
Soto temía volar.
El reloj casi marcaba las doce del mediodía. A las dos de la tarde
debía estar en el aeropuerto para recibir a sus dos tesoros más
adorados. Sus ojos comenzaron a cerrarse, exigiendo descanso,
motivados por el estrés. Justo a la sexta campanada.
El teléfono sonó sin poder llegar al segundo timbrazo:
— ¡¿Hola, mi amor?!
Un silencio extraño le respondió. La línea telefónica nunca sonaba
así, debería haber al menos un siseo, un zumbido, estática poco
perceptible cuando se conversa pero bastante audible cuando
simplemente se escucha el silencio. ¿Estará la línea dañada? Espero
unos segundos y el silencio seguía…
— ¿Hola…?
Parecía como si hubiera estado sonando desde que se fue. La
molestia del retraso del vuelo y el horrible timbre del teléfono lo
pusieron de mal humor. Se bajó lento, como deseando que el
timbrado cesara antes de llegar. Se sentía muy cansado; con mucho
sueño. De pronto, cayó en cuenta… ¡Podían ser ellas! Las llaves se
enredaron y la frenética carrera hacia la estancia donde estaba el
sonoro auricular fue inútil: dejó de sonar un instante antes de
levantarlo. Ahora se daba cuenta que tal vez la llamada que no tomó
en la mañana pudo haber sido ser de ellas. — ¡Qué extraño, juraría
que dejé el contestador encendido! –Y lo estaba, pero él no lo vio.
El botón de power fue presionado y el viejo tubo de rayos
catódicos comenzó su función. Las noticias mostraban, con gran
sensacionalismo, la catástrofe del quinto avión de la línea aérea que
usaba su esposa. Soto detestaba el amarillismo, por lo que lo apagó
al instante. Su mano sirvió de descanso a su cabeza. Tenía miedo.
Se sentía incómodo, sudaba. Sentía que había fallado a su familia, a
su hija que esperaba verlo y mostrarle sus calificaciones, orgullosa.
Se sentía mal por haberles mentido una vez más. Sí, había inventado
mucho trabajo para no ir a traer a su hija personalmente. El señor
Soto temía volar.
El reloj casi marcaba las doce del mediodía. A las dos de la tarde
debía estar en el aeropuerto para recibir a sus dos tesoros más
adorados. Sus ojos comenzaron a cerrarse, exigiendo descanso,
motivados por el estrés. Justo a la sexta campanada.
El teléfono sonó sin poder llegar al segundo timbrazo:
— ¡¿Hola, mi amor?!
Un silencio extraño le respondió. La línea telefónica nunca sonaba
así, debería haber al menos un siseo, un zumbido, estática poco
perceptible cuando se conversa pero bastante audible cuando
simplemente se escucha el silencio. ¿Estará la línea dañada? Espero
unos segundos y el silencio seguía…
— ¿Hola…?