Page 46 - Puntas de Iceberg
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Soto fue poseído por la furia. Sus manos temblaban. No, con su
esposa no, bromas con ella no...
—Mire, payaso, no sé quién sea usted, pero estas bromitas son muy
pesadas, usted no me conoce ni conoce a mi esposa, así que ¡déjenos
en paz!
La voz no pareció inmutarse.
—Sí, sí, ya sé. Cree que esto es una broma de mal gusto y que su
esposa debe estar en estos momentos en un avión de camino a su
casa… Vea, mi estimado doctor: la gente cree muchas cosas que no
son ciertas porque ignoran lo que realmente pasa, lo que queda fuera
de lo que pueden percibir. Es como creer que de su auricular sale un
cable telefónico que llega a otro auricular, por el que le estoy
hablando en este momento. ¿Es cierto eso? La realidad es que usted
no puede ver el otro auricular, el auricular al otro lado de la línea.
¿Será un auricular? Escucha una voz, pero no sabe quién le está
hablando desde el otro extremo. Ni siquiera puede imaginar dónde
se encuentra ese otro extremo… ¿Cerca? ¿Lejos? ¿Al otro lado del
mundo? ¿Fuera… del mundo?... No, doctor Soto, no todo lo que cree
es cierto. ¿Escuchó los gritos? Imagino que sí. Son reales ¿sabe? Son
de muchas personas en pena, llantos de un desastre ¿No reconoció
las voces? ¿No reconoció el llanto de las madres por sus hijas? Llanto
de personas en un lugar que usted no percibe, que están sufriendo,
después del accidente aéreo… ¡Ah! Por cierto… ¿Dónde dijo que creía
que estaba su esposa?
El golpe rajó la parte baja del teléfono.
La píldora calmante temblaba junto con su mano. El pánico le
deformaba de manera horrible la cara. Se recostó para esperar el
efecto, pero no pudo siquiera cerrar los ojos. El teléfono volvió a
sonar. Sus ojos miraron al aparato con furia, con un deseo
incontenible de agarrar a ese tipo bromista y estrangularlo. Era un
estado de ira mezclado con terror. Las preguntas le estaban
destrozando su racionalidad. ¿Sería una horrible coincidencia? En
días pasados había estado soñando que su esposa moría junto con su
esposa no, bromas con ella no...
—Mire, payaso, no sé quién sea usted, pero estas bromitas son muy
pesadas, usted no me conoce ni conoce a mi esposa, así que ¡déjenos
en paz!
La voz no pareció inmutarse.
—Sí, sí, ya sé. Cree que esto es una broma de mal gusto y que su
esposa debe estar en estos momentos en un avión de camino a su
casa… Vea, mi estimado doctor: la gente cree muchas cosas que no
son ciertas porque ignoran lo que realmente pasa, lo que queda fuera
de lo que pueden percibir. Es como creer que de su auricular sale un
cable telefónico que llega a otro auricular, por el que le estoy
hablando en este momento. ¿Es cierto eso? La realidad es que usted
no puede ver el otro auricular, el auricular al otro lado de la línea.
¿Será un auricular? Escucha una voz, pero no sabe quién le está
hablando desde el otro extremo. Ni siquiera puede imaginar dónde
se encuentra ese otro extremo… ¿Cerca? ¿Lejos? ¿Al otro lado del
mundo? ¿Fuera… del mundo?... No, doctor Soto, no todo lo que cree
es cierto. ¿Escuchó los gritos? Imagino que sí. Son reales ¿sabe? Son
de muchas personas en pena, llantos de un desastre ¿No reconoció
las voces? ¿No reconoció el llanto de las madres por sus hijas? Llanto
de personas en un lugar que usted no percibe, que están sufriendo,
después del accidente aéreo… ¡Ah! Por cierto… ¿Dónde dijo que creía
que estaba su esposa?
El golpe rajó la parte baja del teléfono.
La píldora calmante temblaba junto con su mano. El pánico le
deformaba de manera horrible la cara. Se recostó para esperar el
efecto, pero no pudo siquiera cerrar los ojos. El teléfono volvió a
sonar. Sus ojos miraron al aparato con furia, con un deseo
incontenible de agarrar a ese tipo bromista y estrangularlo. Era un
estado de ira mezclado con terror. Las preguntas le estaban
destrozando su racionalidad. ¿Sería una horrible coincidencia? En
días pasados había estado soñando que su esposa moría junto con su