Page 50 - Puntas de Iceberg
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incluso a sus seres más amados. Claro, no hablo de su padre, sino de
su esposa e hija. ¿Aerofobia? ¡Mentira! Su padre le creyó y por eso
heredó sus millones sin esfuerzo. ¡Pobrecito, fóbico! Usted es un don
nadie…
— ¡Estúpido, imbécil! No soy un médico porque me hice
empresario. Si usted fuera mi destino sabría que ser médico era una
imposición de mi padre. ¡Mi destino! Decía él. Pero el destino me lo
forjo yo con mi esfuerzo. Eso no me es dictado por la historia de la
familia, ni por un loco desquiciado que llama por teléfono. ¡¿Oyó?¡
—Disculpe, cuasidoctor, pero en realidad está equivocado. Sea
honesto y acepte que quería ser doctor, pero el temor a enfrentar el
mundo, el temor a separarse de su madre y a esforzarse por construir
su vida es lo que lo realmente lo detuvo. No diga que fue un acto de
rebeldía, ¡fue uno de cobardía!
— ¡Estúpido payaso! Si es el destino, realmente lo burlé entonces.
¿Era mi destino ser un doctor? Pues entonces lo evadí ¿Es eso lo que
quiere decirme? ¡JA!
—No crea que todo es tan fácil, doctorcito. El destino no obliga a
nadie. Yo solo indico el camino; las personas son las ejecutan las
acciones que llevan a consumar el destino tarde o temprano, pero no
son obligadas. ¿Complicado? Pues ese es el precio de la ignorancia.
Las personas desconocen su destino. Yo digo que tal cosa va a pasar
y los humanos ejecutan todas las acciones para que pasen, pero no
son obligados. ¿Sabe? Si supieran lo que yo comando y cómo el
ejecutar de sus acciones los lleva a cumplirlo, podrían incluso lograr
no cumplir lo que digo, pero eso nunca pasa. Es más, hay algunos
desdichados que llegan a conocer su destino, pero al tratar de
evitarlo, sus actos por evadirlo los llevan a cumplirlo
irremediablemente. ¡Humanos! Su vida es tan valiosa… Bueno, no la
suya, Soto. La suya no vale nada porque es una mentira. No ha
podido darle nada a su hija, ni a su mujer. Solo ha podido darles el
dinero de su padre, que ahora dice repudiar. Es un don nadie,
doctorcito. Pero lo peor de todo es que me ha culpado a mí, el destino,
como si yo fuera el causante de su vida tan nula. Yo no causo, ¡dirijo!
su esposa e hija. ¿Aerofobia? ¡Mentira! Su padre le creyó y por eso
heredó sus millones sin esfuerzo. ¡Pobrecito, fóbico! Usted es un don
nadie…
— ¡Estúpido, imbécil! No soy un médico porque me hice
empresario. Si usted fuera mi destino sabría que ser médico era una
imposición de mi padre. ¡Mi destino! Decía él. Pero el destino me lo
forjo yo con mi esfuerzo. Eso no me es dictado por la historia de la
familia, ni por un loco desquiciado que llama por teléfono. ¡¿Oyó?¡
—Disculpe, cuasidoctor, pero en realidad está equivocado. Sea
honesto y acepte que quería ser doctor, pero el temor a enfrentar el
mundo, el temor a separarse de su madre y a esforzarse por construir
su vida es lo que lo realmente lo detuvo. No diga que fue un acto de
rebeldía, ¡fue uno de cobardía!
— ¡Estúpido payaso! Si es el destino, realmente lo burlé entonces.
¿Era mi destino ser un doctor? Pues entonces lo evadí ¿Es eso lo que
quiere decirme? ¡JA!
—No crea que todo es tan fácil, doctorcito. El destino no obliga a
nadie. Yo solo indico el camino; las personas son las ejecutan las
acciones que llevan a consumar el destino tarde o temprano, pero no
son obligadas. ¿Complicado? Pues ese es el precio de la ignorancia.
Las personas desconocen su destino. Yo digo que tal cosa va a pasar
y los humanos ejecutan todas las acciones para que pasen, pero no
son obligados. ¿Sabe? Si supieran lo que yo comando y cómo el
ejecutar de sus acciones los lleva a cumplirlo, podrían incluso lograr
no cumplir lo que digo, pero eso nunca pasa. Es más, hay algunos
desdichados que llegan a conocer su destino, pero al tratar de
evitarlo, sus actos por evadirlo los llevan a cumplirlo
irremediablemente. ¡Humanos! Su vida es tan valiosa… Bueno, no la
suya, Soto. La suya no vale nada porque es una mentira. No ha
podido darle nada a su hija, ni a su mujer. Solo ha podido darles el
dinero de su padre, que ahora dice repudiar. Es un don nadie,
doctorcito. Pero lo peor de todo es que me ha culpado a mí, el destino,
como si yo fuera el causante de su vida tan nula. Yo no causo, ¡dirijo!