Page 51 - Puntas de Iceberg
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y las personas causan. ¿Quiere saber el destino de su esposa y de su
hija? Simple: morirán en un accidente aéreo...
La incipiente sonrisa burlesca que Soto tenía en el rostro se borró
de un zarpazo.
— ¡Basta ya! Usted, maldito loco, no puede predecir el futuro, mi
esposa ni siquiera está volando...
—Lo sé... pero lo estará en tres horas ¿no?
El estado de terror no le hizo darse cuenta cuándo colgó. Sus
pensamientos estaban centrados en cómo un loco sabía tanto. Debía
dar parte a la policía, posiblemente era algún acosador o un psicótico
creyéndose un dios. Imaginó que podría estar escuchando la
conversación y desarmó el auricular, pero no vio nada raro. Siguió la
línea del cable telefónico, pero no vio ningún aparato extraño.
Actuaba como un autómata, desconectado del mundo. Decidió tomar
un trago.
Se sentó con la bebida en la mano. De forma inconsciente encendió
de nuevo el televisor. En la pantalla apareció una escena de la
película Aeropuerto. La pantalla se oscureció. El timbre del teléfono
arrancó de nuevo y el sudor de la frente del señor Soto se congeló. Se
tomó la cabeza con las dos manos y comenzó a tirarse del cabello.
Gritó, enmudeció, gimió casi en un llanto, mirando al teléfono.
Mirando. En un impulso de rabia desesperada, arrancó el cable de la
pared y el aparato dejó de sonar. Se calmó. Tirado en el piso, observó
la pared y luego el conector del teléfono. Se reincorporó y con sus
manos temblorosas, enchufó de nuevo el aparato. Esperó, mirando
el auricular negro, ido, casi paralizado. Y sonó. Lentamente descolgó
y acercó la oreja:
— ¡Amor! ¡Por fin! Llevo ya ratos de esperar que contestes, sonaba
ocupado…
Un respiro del más espléndido alivio le llenó los huesos.
—Te iba a dar el número del motel, pero ya faltan quince minutos;
así que salimos para el aeropuerto y aquí est...
hija? Simple: morirán en un accidente aéreo...
La incipiente sonrisa burlesca que Soto tenía en el rostro se borró
de un zarpazo.
— ¡Basta ya! Usted, maldito loco, no puede predecir el futuro, mi
esposa ni siquiera está volando...
—Lo sé... pero lo estará en tres horas ¿no?
El estado de terror no le hizo darse cuenta cuándo colgó. Sus
pensamientos estaban centrados en cómo un loco sabía tanto. Debía
dar parte a la policía, posiblemente era algún acosador o un psicótico
creyéndose un dios. Imaginó que podría estar escuchando la
conversación y desarmó el auricular, pero no vio nada raro. Siguió la
línea del cable telefónico, pero no vio ningún aparato extraño.
Actuaba como un autómata, desconectado del mundo. Decidió tomar
un trago.
Se sentó con la bebida en la mano. De forma inconsciente encendió
de nuevo el televisor. En la pantalla apareció una escena de la
película Aeropuerto. La pantalla se oscureció. El timbre del teléfono
arrancó de nuevo y el sudor de la frente del señor Soto se congeló. Se
tomó la cabeza con las dos manos y comenzó a tirarse del cabello.
Gritó, enmudeció, gimió casi en un llanto, mirando al teléfono.
Mirando. En un impulso de rabia desesperada, arrancó el cable de la
pared y el aparato dejó de sonar. Se calmó. Tirado en el piso, observó
la pared y luego el conector del teléfono. Se reincorporó y con sus
manos temblorosas, enchufó de nuevo el aparato. Esperó, mirando
el auricular negro, ido, casi paralizado. Y sonó. Lentamente descolgó
y acercó la oreja:
— ¡Amor! ¡Por fin! Llevo ya ratos de esperar que contestes, sonaba
ocupado…
Un respiro del más espléndido alivio le llenó los huesos.
—Te iba a dar el número del motel, pero ya faltan quince minutos;
así que salimos para el aeropuerto y aquí est...