Page 52 - Puntas de Iceberg
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Impulsivamente, sin pensar, Soto gritó:
— ¡No!, no... no... te... vayas. No te vayas en ese avión, ¡te lo
suplico!
El terror había renacido en su mente con un chispazo, como
cuando se da uno cuenta de algo que ha estado ahí desde siempre:
¡Ese loco podría ser algún terrorista que pensaba hacer volar el
avión! Si sabía lo de su esposa, perfectamente sabría del vuelto y
todo.
—Pero amor, ¿qué estás diciendo?
—Lo que oyes... ¡No te vayas en ese avión!
Soto comenzó a llorar.
— ¡Pero amor!, ¿qué te pasa?, yo...
— ¡Júrame que no te vendrás en ese avión! ¡Júramelo...!
La mujer no entendió nada, pero…
—Está bien, lo juro...
— ¡Gracias, gracias...! –Hubo un silencio, incómodo.
—Ahora dame el teléfono de ese motel Hamilton y quédate ahí...
Garabateó el número en un papel y se despidió.
Después de la conversación, desconectó el teléfono de nuevo y se
sirvió un enorme trago. La bebida temblaba en sus manos y el reloj
marcaba las dos y media. Sus ojos cayeron. Una risotada onírica lo
perturbó y comenzó a escuchar el fuego nuevamente. El vaso de licor
se estrelló contra el piso generando un estruendo que lo despertó.
Miró al teléfono: silencioso. Un mal sueño, el estrés lo tenía muy
mal. Buscó el conector y lo halló en el piso y, aliviado, trató de cerrar
los ojos otra vez. Pero no pudo. Sus ojos se abrieron de forma
exagerada por el espanto que salía de ellos: el teléfono estaba
sonando.
— ¡No!, no... no... te... vayas. No te vayas en ese avión, ¡te lo
suplico!
El terror había renacido en su mente con un chispazo, como
cuando se da uno cuenta de algo que ha estado ahí desde siempre:
¡Ese loco podría ser algún terrorista que pensaba hacer volar el
avión! Si sabía lo de su esposa, perfectamente sabría del vuelto y
todo.
—Pero amor, ¿qué estás diciendo?
—Lo que oyes... ¡No te vayas en ese avión!
Soto comenzó a llorar.
— ¡Pero amor!, ¿qué te pasa?, yo...
— ¡Júrame que no te vendrás en ese avión! ¡Júramelo...!
La mujer no entendió nada, pero…
—Está bien, lo juro...
— ¡Gracias, gracias...! –Hubo un silencio, incómodo.
—Ahora dame el teléfono de ese motel Hamilton y quédate ahí...
Garabateó el número en un papel y se despidió.
Después de la conversación, desconectó el teléfono de nuevo y se
sirvió un enorme trago. La bebida temblaba en sus manos y el reloj
marcaba las dos y media. Sus ojos cayeron. Una risotada onírica lo
perturbó y comenzó a escuchar el fuego nuevamente. El vaso de licor
se estrelló contra el piso generando un estruendo que lo despertó.
Miró al teléfono: silencioso. Un mal sueño, el estrés lo tenía muy
mal. Buscó el conector y lo halló en el piso y, aliviado, trató de cerrar
los ojos otra vez. Pero no pudo. Sus ojos se abrieron de forma
exagerada por el espanto que salía de ellos: el teléfono estaba
sonando.