Page 49 - Puntas de Iceberg

El señor Soto miró hacia el techo, no podía creer que existieran

locos de ese tipo. Su sonrisa era de incredulidad, de enojo.

—No me cree. Ahora mismo se sonríe con incredulidad. Es

esperable. Veamos si lo hago creer. Se preguntará por qué lo llamo

doctor. ¿Recuerda que en su juventud eso era lo que quería llegar a
ser cuando fuera grande? Un famoso doctor en medicina. Yo sé que

esa era su aspiración; la ilusión de un niño de diez años. Deseaba
llegar a ser un médico de gran renombre… También sé que no lo

logró. Y no lo hizo porque usted es un cobarde. ¿Ahora recuerda? Sus
sueños a la basura por ser un cobarde que no abordó el avión que lo

llevaría a la universidad que soñaron sus padres, a esa universidad
donde le había ofrecido la beca. ¿Cierto? Cuénteme, doctor Soto ¿aún

teme volar?

La sonrisa había desaparecido. Los ojos abiertos, incrédulos,

miraban la pared vacía. Reaccionó.

— ¿Cómo sabe eso de mí? ¿Quién es en realidad? Debe ser algún

conocido de papá que busca venganza, ¿cierto? ¡Maldito!

—Ya le dije que soy su destino. De hecho, soy el destino de todas

las personas: yo sé qué pasará en el futuro, pues yo lo comando. Sí,
ya sé, cada uno es dueño del destino y bla, bla… La realidad es que yo

ordeno y son las personas las que ejecutan las acciones.

— ¡Déjese de estupideces! Si lo que pretende es burlarse de mí, se
está ganando que llame a la policía...

—Y ¿les dirá que un loco que dice ser su destino y que conoce de su
vida lo está molestando? Me gustaría saber cómo la policía podría

localizarme. Recuerde, soy su destino, yo no soy humano.

El doctor sonrió por la tontería que acababa de escuchar.

—Sé que no llamará a la policía. Eso no está en su destino.
Tampoco me ha contestado ¿aún teme volar? No, Soto, yo sé que el

temor de volar es una patraña que usted repitió hasta el cansancio y
terminó creyéndosela. Sé que desde pequeño no tuvo el valor, pero,

para hacer de su vida algo que valiera la pena, ha mentido a todos;