Page 45 - Puntas de Iceberg
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Un sonido como de llamas comenzó a oírse en el auricular, un

fuego que se sentía crecer poco a poco… De repente, un grito

aterrador, llantos y alaridos de dolor, sonidos de golpes, de cosas
cayéndose y el llorar de niños, mujeres llamando a sus hijos, gemidos

y lamentos que poco a poco le fueron helando la sangre... y todo se
calmó. Silencio otra vez. Una voz profunda sacó al señor Soto de su

trance histérico.

—Hola, mi viejo amigo. ¡Oh! Perdón por llamarlo así, siempre lo

hago pero usted nunca me ha escuchado, hasta ahora. Sí, sé que no
me reconoce, no me recuerda ¡¿Pero cómo podría?! No hemos

conversado nunca; aunque hemos estado siempre en contacto. Usted
no sabe quién soy, no… pero le aseguro que yo a usted sí lo conozco,

desde hace mucho tiempo. Pero bueno, antes de decirle quien soy, he
de imaginar que se estará preguntando qué es esto, la llamada de un

desconocido y todos esos sonidos… ¿Una broma, quizá? Bueno… en

cierto modo lo es, ¿sabe?... —Soto colgó de golpe el teléfono y cayó
en el sofá.


Ya había contado treinta timbrazos, pero no contestaba. Esa
escena de gritos y llantos lo tenía aterrorizado. Súbitamente
recapacitó: ¡Esta vez sí podía ser su esposa! Como un resorte se

levantó del sofá y llegó de un brinco al teléfono:

— ¿Aló?


—Hola otra vez, doctor Soto —la infame voz otra vez, que sonaba
más profunda por el silencio tan limpio que la rodeaba, había dado

un énfasis picaresco a la palabra “doctor”—. Perdone mi insistencia,
pero tengo que decirle algo muy importante, por favor no me vaya a

colgar…

El impulso de tirar el auricular era terrible, pero el señor Soto

decidió dar oportunidad al loco telefónico para que terminara su
broma y lo dejara en paz.


— ¡Hable y terminemos de una vez!

—Mire, doctor, primero quiero decirle que su esposa no está donde

usted cree que ella está...
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