Page 86 - Puntas de Iceberg
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—No, mi querido grifo. No sabemos realmente quién eres y de
pronto llegas diciéndote mensajero de Enkel, deteniendo una
guerra sin mucha explicación. No te creo, grifo, por eso mi misión
es detenerte. Mi muerte no importa, mi deber es con la batalla que
tratas de detener; yo no soy el traidor…
—Eso hace más interesante el asunto. Eras el único que podía
detener al Leiter y a pesar de que hacer eso terminaría la guerra,
cosa con la que dices no estar de acuerdo, aún así lo hiciste. Eso me
dice que ibas a detener al Leiter de todas maneras. Quien te haya
querido envenenar quería también detenerte.
—Pues no lo hizo. El Leiter morirá pero eso en realidad no
importa. La identidad de quien quiso matarme no creo que te
importe, lo que te debería importar es que ya no regresarás con
Enkel. ¿Te quedarás a comprobar si el amor cumple con su misión?
—El sirénido tenía una sonrisa de complacencia en su rostro, como
si hubiera vencido a un viejo enemigo. Sin embargo, el grifo, hasta
ahora serio, comenzó a dibujar una sonrisa igual de socarrona en su
pico.
—Jamás iría a ver a Enkel, iluso sirénido.
El grifo comenzó a rodearse de un aura celeste, traslúcida. De su
frente comenzó a alzarse un magnífico cuerno blanco.
—¡Skaperen! Ahora lo entiendo. Todo este tiempo las tropas
pensaron recibir órdenes de Enkel, pero eras tú. ¡Maldito tramposo!
Fuiste muy cuidadoso, debo reconocerlo, ni siquiera yo me di
cuenta del engaño. Sin embargo, no entiendo por qué me usaste
para terminar con el Leiter cuando podías haberlo matado
directamente.
—¡Sirénido insolente!, y tonto además. No me interesaba matar
al humano, solo quitarle el poder, porque era importante
mantenerlo vivo para mis planes inmediatos. Pero eres un inútil y al
final no me queda más remedio que dejar que lo mates. Claro, pude
hacerlo yo, pero forzarte a que lo hagas me pareció un mejor plan,
con la ventaja que has afectado a terceros que mejoran mis planes.
pronto llegas diciéndote mensajero de Enkel, deteniendo una
guerra sin mucha explicación. No te creo, grifo, por eso mi misión
es detenerte. Mi muerte no importa, mi deber es con la batalla que
tratas de detener; yo no soy el traidor…
—Eso hace más interesante el asunto. Eras el único que podía
detener al Leiter y a pesar de que hacer eso terminaría la guerra,
cosa con la que dices no estar de acuerdo, aún así lo hiciste. Eso me
dice que ibas a detener al Leiter de todas maneras. Quien te haya
querido envenenar quería también detenerte.
—Pues no lo hizo. El Leiter morirá pero eso en realidad no
importa. La identidad de quien quiso matarme no creo que te
importe, lo que te debería importar es que ya no regresarás con
Enkel. ¿Te quedarás a comprobar si el amor cumple con su misión?
—El sirénido tenía una sonrisa de complacencia en su rostro, como
si hubiera vencido a un viejo enemigo. Sin embargo, el grifo, hasta
ahora serio, comenzó a dibujar una sonrisa igual de socarrona en su
pico.
—Jamás iría a ver a Enkel, iluso sirénido.
El grifo comenzó a rodearse de un aura celeste, traslúcida. De su
frente comenzó a alzarse un magnífico cuerno blanco.
—¡Skaperen! Ahora lo entiendo. Todo este tiempo las tropas
pensaron recibir órdenes de Enkel, pero eras tú. ¡Maldito tramposo!
Fuiste muy cuidadoso, debo reconocerlo, ni siquiera yo me di
cuenta del engaño. Sin embargo, no entiendo por qué me usaste
para terminar con el Leiter cuando podías haberlo matado
directamente.
—¡Sirénido insolente!, y tonto además. No me interesaba matar
al humano, solo quitarle el poder, porque era importante
mantenerlo vivo para mis planes inmediatos. Pero eres un inútil y al
final no me queda más remedio que dejar que lo mates. Claro, pude
hacerlo yo, pero forzarte a que lo hagas me pareció un mejor plan,
con la ventaja que has afectado a terceros que mejoran mis planes.