Page 15 - Aquelarre
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Con estas palabras, Valeria cayó en el embrujo del duende, una
travesura que empezó siendo una venganza y terminó despertando
muchas leyendas que estaban dormidas entre las sábanas mágicas
de este rincón en el pequeño pueblo de San Joaquín de Flores.
Fueron los duendes...
—Rocío, aquí pasa algo. ¿No le huele como extraño? Mire, ha
parado el viento de un pronto a otro.
—Seguro fue por la quema de la mañana.
—No; hay un ambiente extraño, mucho más luz de lo normal.
—Si estamos a medio día, Ana Lidia, tranquila; pero llevemos
a los chiquillos adentro, usted tiene razón, ya este sol cansa.
—¡Andrés, Priscila, Sebastián...! ¡Hey, ¿dónde está Valeria?!
El calor se fue infiltrando entre sus venas por la desesperación,
en sus pechos se anidó en tan solo unos segundos una angustia
difícil de describir, pero fácil de percibir; sus rostros se volvieron
blancos como el marfil, sus bocas se tornaron azul miedo y en cada
exhalación se esperaba encontrar el alivio.
Varios vecinos llegaron en su ayuda; buscaron, gritaron,
lloraron y sufrieron, pero nada daba resultado, Valeria llevaba
cuarenta minutos perdida, el área no era muy grande. Era
imposible que una niña de tres años se quedara quieta en un solo
lugar por tanto tiempo.
Llegó el momento de avisar a las autoridades...
Pero justo antes de salir a la calle a hacer más barullo, por fin
se escuchó el esperado grito: “¡Aquí está, la encontré!”. La Tía
Macha sostenía en sus brazos a Valeria, quien no podía parar de
reír; era presa de una risa traviesa, inquieta, malévola. Estaba
hechizada.
—Fueron los duendes, fueron ellos, estoy segura —decía Tía
Macha, una mujer de sesenta años, de cabello rojizo y brazos
fuertes—. Yo pasé mil veces por este lugar y ella no estaba aquí,
estoy segura; los duendes se la llevaron y ahora me la regresan —
decía señalando insistentemente las raíces del palote en donde se
encontró a la niña y desde donde los veía Rulo con una sonrisa
burlona e invisible a los ojos de los humanos.
travesura que empezó siendo una venganza y terminó despertando
muchas leyendas que estaban dormidas entre las sábanas mágicas
de este rincón en el pequeño pueblo de San Joaquín de Flores.
Fueron los duendes...
—Rocío, aquí pasa algo. ¿No le huele como extraño? Mire, ha
parado el viento de un pronto a otro.
—Seguro fue por la quema de la mañana.
—No; hay un ambiente extraño, mucho más luz de lo normal.
—Si estamos a medio día, Ana Lidia, tranquila; pero llevemos
a los chiquillos adentro, usted tiene razón, ya este sol cansa.
—¡Andrés, Priscila, Sebastián...! ¡Hey, ¿dónde está Valeria?!
El calor se fue infiltrando entre sus venas por la desesperación,
en sus pechos se anidó en tan solo unos segundos una angustia
difícil de describir, pero fácil de percibir; sus rostros se volvieron
blancos como el marfil, sus bocas se tornaron azul miedo y en cada
exhalación se esperaba encontrar el alivio.
Varios vecinos llegaron en su ayuda; buscaron, gritaron,
lloraron y sufrieron, pero nada daba resultado, Valeria llevaba
cuarenta minutos perdida, el área no era muy grande. Era
imposible que una niña de tres años se quedara quieta en un solo
lugar por tanto tiempo.
Llegó el momento de avisar a las autoridades...
Pero justo antes de salir a la calle a hacer más barullo, por fin
se escuchó el esperado grito: “¡Aquí está, la encontré!”. La Tía
Macha sostenía en sus brazos a Valeria, quien no podía parar de
reír; era presa de una risa traviesa, inquieta, malévola. Estaba
hechizada.
—Fueron los duendes, fueron ellos, estoy segura —decía Tía
Macha, una mujer de sesenta años, de cabello rojizo y brazos
fuertes—. Yo pasé mil veces por este lugar y ella no estaba aquí,
estoy segura; los duendes se la llevaron y ahora me la regresan —
decía señalando insistentemente las raíces del palote en donde se
encontró a la niña y desde donde los veía Rulo con una sonrisa
burlona e invisible a los ojos de los humanos.