Page 16 - Aquelarre
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—No, fue el Ángel de la Guarda, doña Macha, él se la devolvió

—decía Rocío.

—Mira ésta a quien mete ahora, al más vago de los ángeles.
¡No doñita, fui yo, un duende, narizón y orejón, pero duende cien

por ciento! —Decía furioso Rulo, al sentir que le robaban todos los
créditos.

Ya estaba por retirarse el travieso duende a lo más alto de su
árbol cuando escuchó algo que lo dejó atónito.

—Yo creo que aquí hay algo más. Los duendes y las ánimas nos

quieren decir algo; yo lo voy a investigar...
Fue Carlos quien lo dijo, mejor conocido como “Tíuca” , un

tío gordinflón, de bigote rojizo y con fama de soñador.
Y mientras todos se alejaban a sus casas y la Tía Macha no paraba

de acariciar a su sobrinita, Rulo tomó su pipa y en cuclillas
empezó a recordar.




El viejillo del muro


Hermelinda tenía un novio “confisgado”, como decían antes

las viejitas, que es una forma más chistosa de llamar a un varón,
perro de dos patas, mujeriego y abusador. Se llamaba Asdrúbal.

Tenía su esposa en San José, pero el contoneo constante de
Hermelinda en la Panadería Trigo Miel le despertó los deseos más

bajos, por lo que la visitaba muy frecuentemente en su casa, allá en
San Joaquín.

Ella no sabía que Asdrúbal era casado. Sí conocía su mal

carácter, pero él tenía unos ojos color verde esmeralda que la
conquistaron. Siempre se sentaba en un muro que quedaba cerca

de la casa de Hermelinda, un muro de piedra, lleno de musgo. Allí
se sentaba a esperar a que su amada llegara de la panadería para

estar con ella hasta las diez de la noche, hora en la que debía
emprender el viaje a su otra casa.

Además de infiel, era malhumorado y “chichudo” , para
continuar con el léxico de antaño. Nadie se lo aguantaba, sólo

Hermelinda, porque el amor hace milagros.
Raro era el día en que no le pegara a Hermelinda; por cualquier
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