Page 18 - Aquelarre
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cayeran “sapos del cielo”; el aguacero ya estaba encima y la botija
debía quedar al menos a dos metros de profundidad.
Terminó al caer las primeras goterotas, se persignó, tiró un
escupitajo sobre la tierra y corrió a entregar su alma con todas las
de la ley. Ya se veía bien vestidita de blanco en el cortejo que la
llevaría a la otra vida, donde ya no iba a tener que partirse la
espalda vendiendo leña, sino que iba a ser millonaria.
“¡Ojalá en el más allá no haya subido mucho el costo de la
vida!”
Esto iba pensando la viejita cuando salió del lote baldío, y allí
el destino le hizo una zancadilla. Se acercaba un hombre con la cara
roja, empapado por la avaricia y la lluvia que le caía a borbotones.
Ella vio en sus ojos invadidos de odio los motivos que le
llevaron a sujetarla, entendió que su sueño se evaporaba...
“No debía ser así, así no planeaba este momento...”
Todo lo ahorrado se lo iban a quitar; ¿qué iba a hacer para
comprar sus cositas en la otra vida? Ella no sabía si iba a nacer
como bebé o si iba a seguir siendo vieja cuando llegara allá, y vieja
nadie la iba a querer; ¿qué iba a hacer?... Todo eso pensó Virginia
mientras el hombre se le iba encima y sin dejarla decir nada le dio
con una piedra que tomó del muro en donde estaba sentado.
La sangre le invadió la cabeza, el pecho, la pierna, un río de
desesperación caía por la cara de la “viejita de la carguita de leña”,
como le decían en el pueblo. Así morían sus deseos, sus anhelos,
mezclados con la sangre. Un relámpago paralizó la escena y
Asdrúbal no tuvo que desaparecer ese cuerpo al que le acababa de
robar la vida, un rayo la fulminó, quizás atraído por las monedas
que aún quedaban en sus manos.
Asdrúbal y Hermelinda
Hermelinda llegó a su casa “estilando” y preocupada,
imaginando la paliza con que la recibiría Asdrúbal; ¿cuándo iba a
terminar esa agonía?...
Pero sin ella sospecharlo, esa misma noche todo su calvario
acabaría.
debía quedar al menos a dos metros de profundidad.
Terminó al caer las primeras goterotas, se persignó, tiró un
escupitajo sobre la tierra y corrió a entregar su alma con todas las
de la ley. Ya se veía bien vestidita de blanco en el cortejo que la
llevaría a la otra vida, donde ya no iba a tener que partirse la
espalda vendiendo leña, sino que iba a ser millonaria.
“¡Ojalá en el más allá no haya subido mucho el costo de la
vida!”
Esto iba pensando la viejita cuando salió del lote baldío, y allí
el destino le hizo una zancadilla. Se acercaba un hombre con la cara
roja, empapado por la avaricia y la lluvia que le caía a borbotones.
Ella vio en sus ojos invadidos de odio los motivos que le
llevaron a sujetarla, entendió que su sueño se evaporaba...
“No debía ser así, así no planeaba este momento...”
Todo lo ahorrado se lo iban a quitar; ¿qué iba a hacer para
comprar sus cositas en la otra vida? Ella no sabía si iba a nacer
como bebé o si iba a seguir siendo vieja cuando llegara allá, y vieja
nadie la iba a querer; ¿qué iba a hacer?... Todo eso pensó Virginia
mientras el hombre se le iba encima y sin dejarla decir nada le dio
con una piedra que tomó del muro en donde estaba sentado.
La sangre le invadió la cabeza, el pecho, la pierna, un río de
desesperación caía por la cara de la “viejita de la carguita de leña”,
como le decían en el pueblo. Así morían sus deseos, sus anhelos,
mezclados con la sangre. Un relámpago paralizó la escena y
Asdrúbal no tuvo que desaparecer ese cuerpo al que le acababa de
robar la vida, un rayo la fulminó, quizás atraído por las monedas
que aún quedaban en sus manos.
Asdrúbal y Hermelinda
Hermelinda llegó a su casa “estilando” y preocupada,
imaginando la paliza con que la recibiría Asdrúbal; ¿cuándo iba a
terminar esa agonía?...
Pero sin ella sospecharlo, esa misma noche todo su calvario
acabaría.