Page 23 - Aquelarre
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estaba debajo del árbol de cas, y ellas debían ir a desenterrarla a

eso de las 6 de la tarde, cuando empezara a oscurecer.

En la mirada inocente de Irene y Gretel, quienes tenían nueve años
apenas, no apareció la malicia, sino que anidaba el entusiasmo y la

posibilidad de poderse comprar miles de chocolates.
—Allí estaremos mañana por la noche —dijeron.

—Perfecto, así tendremos un día para preparar el plan —dijo
Silvia, cuando Irene y Gretel se habían marchado.

Evelyn fue a su casa junto con Silvia, y luego de mucho buscar

decidieron que la botija ideal la tenían frente a ellas: una lonchera
del Chapulín Colorado. Evelyn la usó para ir al kínder y parecía

tenía la apariencia perfecta de botija. De igual forma, ellas nunca
habían visto una. Silvia le echó unos collares de fantasía de su

mamá, un dije todo deshecho, unas cuantas monedas grandotas, y
listo, ese era el tesoro.

Tomaron un foco, se agarraron de la mano y sin miedo a que
estaba por oscurecer, se dieron a la tarea de enterrar la supuesta

botija. El vendaval de diciembre y los sonidos del cafetal les daban
un poco de temor, pero el solo imaginarse la cara de sus amiguitas

al día siguiente las hacía seguir con la travesura.

Ya estaban por terminar cuando sintieron que alguien las veía,
y las dos voltearon hacia el lugar en donde, de pronto... apareció

Pulgoso, un perro callado que lo único a lo que le ladraba eran los
carros.

—Terminamos, mañana nos reiremos de lo lindo.
Al día siguiente, Silvia y Evelyn esperaban que llegaran sus dos

amigas a “desenterrar” la famosa botija; los nervios las invadían y

no podían decidir de qué lado las iban a espiar. Por fin se colocaron
detrás de un palote cercano y se taparon con unas enormes hojas

sus maliciosas sonrisas, antes de que se escaparan. En ese
momento, llegaron Irene y Gretel.

A pesar de que eran pequeñitas, ya habían hecho un profundo
hueco en menos de diez minutos; pero allí, para sorpresa de las dos

embaucadoras, no había nada.
-¿Qué pasó? ¿Dónde está la “botija”? ¡Bandida viejita, se la

llevó¡ —pensaban Evelyn y Silvia— ¡¡¡De verdad existe!!!
Y corrieron hacia sus casas sin volver nunca a mirar atrás.
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