Page 72 - Aquelarre
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Eso es fácil de explicar: porque había comenzado a ver cosas,

rostros de personas en lugares extraños, y sombras que me

perseguían y se confabulaban con el miedo enfermizo que le tengo
a la oscuridad que me rodea. Pensaría que es cosa de niños, un

trauma que quizá no superé desde que, siendo pequeña, dormía
con la luz encendida; y desearía fervientemente que solo hubiera

sido mi floreciente imaginación, un escape muy raro del constante
estrés que sufría en el trabajo y en las idas y venidas por esas calles

tan atestadas de personas, calles que aprendí a odiar con toda el

alma.
Las visitas al psicólogo no lanzaron ninguna respuesta

positiva: escotofobia, un miedo irracional a la oscuridad. “Sí, ya sé
que le tengo miedo, ¿por qué me lo repite?, no soy una idiota...”. Y

como todo actualmente se resuelve con medicamentos, terminó
por recetarme calmantes y mezclas especiales para dormir.

¿Es que nadie podía decirme en palabras sencillas qué era lo
que me pasaba?

Antes no era así; mi vida era rutinaria y siempre tuve lo que
quise: un trabajo nada despreciable y un apartamento donde ir a

dormir y resguardarme del frío; nunca tuve auto porque detesto el

tráfico -aunque últimamente había comenzado a reflexionar sobre
comprarlo; mis viajes en el transporte público no ayudaban a mi

salud mental, pues aun allí veía cosas que me asustaban-.
La gente común, por lo general, pasa por alto ciertos

pensamientos y emociones, resguardándose en una coraza casi
irrompible, o ignorándolos por completo para concentrarse en

cualquier cosa más importante. Supongo que la vida moderna te

permite ese lujo, segando “tu ojo interno” bajo esas deslumbrantes
luces de neón de los edificios. Pero yo no lograba hacerlo, era casi

como si fuerzas externas quisieran que me volviera loca o me
perdiera en las infinitas habitaciones de la demencia; y aun ahora

todo me suena disparatado, como si recordara un sueño a medias.
Las cosas empeoraron un día después de mi furtivo encuentro

con un mendigo en la calle. Aquel sujeto, además de ser tan
apestoso que una carnicería por las noches, tenía aspecto de nunca

haber tocado un champú o siquiera un jabón.
— ¿Me regala algo para comer, señorita?
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